La ceremonia de la confusión está poniendo a todos los temas en el mismo saco de forma que todos parecen buenos o malos, solucionan o estropean, a la vez. Es como si todo estuviera saliendo al ruedo al mismo tiempo para que la corrida parezca confusa, para que no sepamos que mirar, a qué diestro valorar, ni que faena resaltar. A este paso tendrá que resucitar don José María de Cossío, enciclopedista de la cultura del toreo, para que nos ayude a separar el grano de la paja, el engaño de los pitones, que nos han puesto y nos ponen para que no nos fijemos en los temas verdaderamente importantes que acongojan a este país, cada día más, incapaz de sorprenderse. Se trata, a fin de cuentas, de la práctica consistente en suscitar falsas discusiones que distraigan la atención de otros asuntos que no interesa que sean tenidos en cuenta. En especial de todo lo directamente relacionado con la supervivencia, a fin de cuentas la economía, puede hacernos decidir a apoyar a aquél que presente el discurso atractivo en su estética. En este caso la adhesión debería ser ciega. Pero el capote dicta proceso e inhumación, más corrupción siempre la de los otros y poco patriotismo, etc.
Está cerca noviembre, mes de recordatorios democráticos, mes en el que en 1975 los españoles teníamos un estado de ánimo que a día de hoy se ha invertido. Sentíamos que empezaba una nueva etapa, que íbamos a alguna parte, y aunque existía temor dominaba la esperanza. Pero a día de hoy cuando leemos un periódico o escuchamos un noticiario no esperamos nada bueno, y menos incitante. Se repiten de forma monótona las mismas cantinelas que son éxitos para unos y fracasos para otros, o se reiteran fieros males que no dejan de existir pero que a veces no son tan fieros y que se siguen con tanta minucia que ocultan otros más importantes, y por supuesto no se propone nada atractivo o esperanzador que incite a los españoles el apetito de vivir, que prometa una nueva empresa nacional interesante. Esto explica el extraño fenómeno de que el amplísimo descontento dominante, que tiene pocas excepciones, se presente acompañado de la frecuente sensación de que las cosas van a seguir como están, lo cual no es muy comprensible cuando se vive en un régimen democrático, en que los ciudadanos tienen en sus manos la posibilidad de cambiar la orientación del país.
Se diría que sopla un viento de proa que dificulta el avance, o mejor dicho del norte. Pero podemos pensar que las dificultades por si solas no tienen porque producir el desánimo. Pues cuando los pueblos están psicológicamente sanos se crecen ante las dificultades, ya que éstas les sirven de estímulo para dar de sí. A lo que estamos asistiendo puede que sea otra cosa. La convicción de que las cosas no tienen solución, de que no se puede hacer otra cosa que la que se está haciendo, nos está empujando a pensar de que la vida pública está escapando de los ciudadanos. Muchos que si se sienten representados en su interior dudan, y otros no ven que la conducción de los asuntos ofrezcan nada atractivo. La tibieza con la que se proponen una sí y otra también soluciones que parece no modifican nada sino van a peor, produce en los españoles una sensación de que las cosas van a seguir así largo tiempo y ello engendra hastío e indiferencia. La forma peor de la resignación. Porque ésta, la resignación, es una actitud nobilísima y necesaria cuando consiste en aceptar lo inevitable, pero es desastrosa cuando significa la mera pasividad frente a lo que se puede evitar, corregir o transformar.
Cuando se llega a la convicción de que hay que elegir entre posibilidades no deseables, en todo caso no deseadas, hay peligro de que se elija por inercia o por el método de cara o cruz. Es decir, que no se elija, con lo cual la democracia se vacía de contenido. La democracia en período de crisis es decir la verdad ante todo para defender a la ley y a los ciudadanos, antes de que todos perdamos la dignidad y que la sociedad se convierta en la prostituta del poder.