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Enrique de Santiago Opinión Noticiascyl
Democráticos exámenes
En la sociedad, históricamente, el vulgo busca la paz, la defensa del enemigo por la mano del poderoso, considerado este como el Noble señor o el Rey y, hasta tal punto era así que, se les reservaba hasta el derecho de pernada o probatura de la mozuela casadera en primer lugar. El Noble debía de ser cabal, serio y digno de respeto por esos súbditos que se sometían a él para obtener o disfrutar de la paz.
El señorío, con el tiempo, se convierte en el frasco de las esencias de la caballerosidad, honradez, prudencia, inteligencia y mejor hacer que adquirían sólo aquellos que lograban su formación intelectual y la excelencia moral.
Con la democratización y vulgarización de la política, los representantes del pueblo se ornaban con la dignidad y el boato preciso por y para la gestión de lo público a la que se dedicaban, de modo que esa labor era respetada, respetable, dignísima y un honor el ser desarrollada.
En los últimos tiempos, nuestros políticos no alcanzan siquiera el nivel intelectual del mangarranas, su moralidad dista mucho de ser mínimamente presentable y su capacitación profesional es más propia de un desagarramantas que de un profesional preparado, como alardean todos ellos, de titulaciones más que discutidas y discutibles.
Esa indignidad de nuestros representantes, de los que reconocemos mienten más que ven, nos engañan cuánto pueden, nos roban a manos llenas y nos consideran “perritos sin alma” a los que despreciar, hace que la política se encuentre emponzoñada hasta límites insospechados e insospechables.
Para dignificar la política, y a nuestros políticos, los que se dedican a la política deben de merecer dicha dignidad y, para ello, deben de exigir y exigirse el respeto a la palabra dada, fundamento y sostén de un sistema honorable y honroso, la defensa de la verdad visionada desde distintos puntos de vista, el trabajo sincero, silente, serio y valiente al servicio de los ciudadanos, persiguiendo al que miente, engaña o se sirve de su posición política.
Si queremos políticos decentes, debemos de exigir dicha decencia, si quieren ser dignificados deben de ganarse la dignidad y exigírsela nosotros; pero, como no lo son, se me ocurren los “exámenes parciales”. No hace falta votar, sino evaluar, para rectificar, y aprobar o suspender en la elección si no hay rectificación.
La obligación democrática que nadie plantea es la de articular sistemas de exigencia de decencia, seriedad y trabajo por los electores, no limitada a su sola votación cada cierto tiempo, de forma que se realizasen evaluaciones personales de los políticos por sus electores, exámenes parciales, valoraciones estilo test y que, esas evaluaciones de los electores, llegasen a los líderes políticos, a los adversarios y al propio elegido para que cambien de actitud, mejore o le sean exigidas responsabilidades políticas o reprobaciones sociales.
El que es excelente, o al menos busca y trabaja por la excelencia, no teme a la competencia ni a la evaluación, demuestra su valía y no se oculta tras trampas saduceas. El político no puede ser un profesional de la política, sino un profesional que aporta su sabiduría o trabajo a favor de los demás.
A ver cuántos de estos, que dicen vienen a regenerar la política, a potenciar la democracia, están dispuestos a establecer las evaluaciones periódicas de los electores a sus elegidos en cada circunscripción.