Vértigo informativo
Se me queja un amigo de que le hago el envío sólo una vez al mes de los artículos que escribo, con objeto de no agobiarle con una mayor frecuencia de mis escritos:
—Es que llegan ya envejecidos —arguye—, al referirse a acontecimientos que ya han pasado y de los que ya he oído hablar.
Le explico que esto no es lo importante, sino el carácter trascendente de esos hechos y su análisis interpretativo de cara al futuro, cosa que intento hacer con mis artículos.
Pero tiene razón. Es tal el vértigo informativo, que los sucesos y episodios que ocurren cada día son inmediatamente sustituidos por otros que hacen olvidar los primeros, en una ceremonia de futilidad o intrascendencia de todo lo que ocupa nuestras vidas.
Tres ejemplos mínimos de carácter político. Pedro Sánchez ha dicho tantas cosas seguidas y tan contradictorias que ya no sabemos a cuál quedarnos ni cuál de ellas es la vigente. Quien pretenda analizar lo que propuso cualquier día realiza un trabajo inútil porque nuestro hombre está tratando ya de otra cosa.
Otro, más coherente que él, al parecer, pero no menos contradictorio es Pablo Iglesias. Ha conseguido enterrar sus discursos de no ha mucho contra el sistema, la Constitución y la democracia y se constituye ahora en el mayor garante de las mismas.
¿Y qué decir de Albert Ribera, que ha pasado de socialdemócrata a liberal y de liberal a la nada en un plis plas? El hombre que aspiraba a la Presidencia de España se conforma ahora con aspirar al subsidio del paro.
Pero estas cosas no suceden sólo con la política, sino con las costumbres, la moda de vestir, de divertirse, con el uso de la tecnología, la forma de comer, los valores sociales, los hashtags y las series de televisión.
En esta imposición totalizadora de lo efímero, si alguien fuese a un monasterio un mes, permaneciese en coma en un hospital o simplemente se desconectase durante un período escaso de la información, al volver a la vida cotidiana no sería capaz de entenderla por su mudable variabilidad.
Así se explica que no tengamos valores de referencia, que creamos al primer gilipollas que quiera comernos el coco, y que evitemos enterarnos de nada, ya que lo que es vigente hoy será simple historia (real o manipulada) mañana por la mañana.