De pequeño fui socio del Athletic de Bilbao, lo que no proporcionaba muchas alegrías más allá del masoquismo. Ahora me gustaría ser de izquierdas, no sólo porque es lo que se lleva, sino por las ventajas que supone.
La sociedad, al menos la española, parte de que los de izquierdas son superiores moralmente a los de derechas; por eso, todo lo que digan o hagan va a misa, aunque la frase no resulte muy adecuada en este contexto.
Decir pueden decir humanes, Consejo de Ministras, criaturas, sin especificar el sexo de los niños ni al pediatra, el que las gallinas son violadas por los gallos y otras imposiciones de la dictadura de lo políticamente correcto sin que se les ría en la cara el personal, como nos ha pasado a otros de lenguaje más convencional.
Y hacer… Hacer pueden hacer prácticamente lo que quieran, sin incurrir ni siquiera en el Código Penal. No me refiero tan sólo a prácticas políticas que en la derecha se habrían considerado infames, como colocar a la pareja en un cargo público, aunque fuese en la Feria de Muestras. Ahora nadie se ha rasgado nada, en cambio, porque Pablo Iglesias tenga a su mujer, Irene Montero, en el Gobierno que vicepreside. Tampoco el que Dolores Delgado haya pasado directamente de Ministro a Fiscal General del Estado, en una alfombra roja, más que en una puerta giratoria. ¡Y no digamos del latrocinio multimillonario de los EREs de Andalucía!
¡Ay, si algo de eso lo hubiese realizado la derecha! Todo el mundo estaría criticándolo hasta el final de la Legislatura. O el fin de los tiempos, que en este caso amenaza con ser lo mismo.
Pero hay también otras cuestiones menores, pero probadas documentalmente, que como si nada: las subvenciones a Juan Carlos Monedero en Venezuela, la ilegalidad de la tesis de Íñigo Errejón, la especulación del piso de protección oficial de Ramón Espinar, la contratación sin seguridad social del ayudante de Pablo Echenique,…
¡Ay, insisto, si algo de esto, de lo que casi nadie se acuerda, lo hubiese realizado la derecha! Ya ven: sin haberle probado jamás ningún delito y habiendo sido absuelto en todos sus procesos, el ex presidente valenciano Paco Camps es un apestado, un muerto en vida, que ha merecido cientos de portadas denigratorias en los principales diarios del país. Y de Rita Barberá, no digamos. Sin haber resultado incriminada de nada, fue cesada, vilipendiada, insultada y, en su caso, muerta, muerta por causas que hubiesen sido más naturales si no hubiese estado tan profundamente deprimida.
Así que vuelvo a los orígenes de este artículo: que me digan dónde hay que firmar para ser de izquierdas y así tener patente de corso para cualquier tropelía y, además, con la superioridad moral de saber que uno tiene razón y que no es como esa purria de la derechona.