Y tú, ¿con quién estas?
Tras una guerra que él no entendía, a Mario, con 15 años, no le quedaba otra que buscarse la vida y, así con unos céntimos, una fábrica abandonada y en ruina, que nadie quería, y esfuerzo, puso en marcha una industria de harinas que, con el tiempo, el trabajo de sol a sol de Mario y los trabajadores que, poco a poco, contrató, se convirtió en una gran familia con la que él construía un imperio y sus trabajadores lo hacían con sueldo muy razonables hasta el día de su jubilación, con la garantía de trabajo, salario, comprensión, ayudas por parte de Mario y el orgullo por trabajar con él.
Con el tiempo, Mario dio paso a su hijo Luis. La crisis económica hace que la empresa prácticamente cubra sus gastos y la austeridad en la inversión, en el gasto, se hace necesaria. Luis, que había tenido una formación mediocre, enfrentado políticamente a su padre, reduce los gastos en las materias primas subiendo el sueldo a los trabajadores. Juan, que era el contable, avisa a Luis de que las cuentas no cuadran, que hay que vender más y, para ello, es preciso invertir en maquinaria, reducir costes personales, pues Luis vivía por encima de sus posibilidades, y, finalmente, ajustar la plantilla si queremos mantener salarios.
El plan era claro primero reducir el gasto brutal del jefe, del líder, para acomodarlo a los tiempos y servir de ejemplo, lo segundo no incrementar el gasto laboral y, finalmente, vender más para poder crecer y recuperar el tiempo pasado.
Luis, se negó a reducir su lucro, pero como era muy de izquierda, en lugar de ajustar salarios, los subió, rebajando en maquinaria y materia prima. Los trabajadores felices, la familia de Luis felices, pero la situación de la empresa en caída libre.
Juan, propone de nuevo a Luis reducir su coste, ajustar el coste laboral, e incrementar la inversión en materia y producción para generar ingresos, de lo que Luis se burló y salió corriendo al banco a pedir crédito. Esta operación se hizo una y otra vez, hasta agotar el crédito y tener que acudir a “tiburones financieros”.
Un día, llegó el banco y reclamó lo que se le debía y Luis animó a los trabajadores a clamar “el banco nos roba”, ” justicia social” y, con eso, los pararon momentáneamente, mientras Luis seguía viviendo como un sultán y comenzaba a reducir salarios y plantilla, a los que decía lo hace por su bien y por culpa de los poderosos que le arruinaban.
Finalmente, Luis se junta con Fernando, que se pone un sueldo millonario, aplicando subidas de salario, bajando la producción y hundiendo la empresa, eso sí, culpando a Mario de haber construido una empresa muy mala.
Cuando no sólo los bancos, sino los “tiburones”, caen sobre la empresa, esta se hunde, los trabajadores se arruinan, Luis se desploma y Fernando, con las espaldas cubiertas, no hace más que afirmar que los grandes y poderosos son los culpables de la desaparición de la empresa, que esa empresa era un asco y que, salvo él que había amado a sus trabajadores, a los que había abandonado antes de empezar, que él era el salvador de la empresa que se hundía por culpa Mario, al que él ni conoció, y Luis que eran unos “negreros” miembros de “la casta”.
Desde fuera Jesús observaba la situación, y cariacontecido afirmaba que quien busca el bien social con la intervención, el gasto desmedido y sin seriedad y criterio te lleva a la ruina, sólo el trabajo, el esfuerzo, la mesura y el crecimiento empresarial es el generador de riqueza y con ella el bien social; huye de quien se autoproclama moralmente más serio y adalid de la solidaridad llenando su “buchaca” pues no es más que un burdo truhan.