Lo siento, yo fui feminista
Parodiando a Monsieur Jourdain, protagonista de El burgués gentilhombre, de Molière, resulta que yo he sido toda mi vida feminista sin saberlo.
Desde la primera vez, hace más de medio siglo, que hube de buscar una persona para sucederme en mi puesto, elegí para ello a una mujer, mucho mejor preparada que todos los aspirantes masculinos. En ocasiones similares posteriores sucedió lo mismo.
Resulta también que he estado bajo el mando de estupendos jefes femeninos, de quienes siempre aprendí algo nuevo. Y cuando yo hube de mandar, muchas veces mi segundo en plaza fue una mujer, sin que para ello hubiese tenido que fijarme en su sexo, como tampoco lo había hecho antes, y mucho menos basarme en ninguna cuota que rebajaría su condición laboral y humana.
También ahora, en que tanto se habla de discriminación salarial, digo que allí donde he tenido alguna capacidad de decisión empresarial jamás una mujer cobró una peseta (moneda de entones), menos que un hombre. Puede que en algún caso sucediese incluso al revés.
Sigo y acabo ya. Las mujeres con las que he tenido alguna relación sentimental prolongada, como ahora se dice, siempre han sido más inteligentes, mejores y más competentes que yo y he tenido la fortuna de haber aprendido muchas cosas a su lado.
Pues bien. Resulta que a pesar de este amable currículum debo ser un machista, falócrata, defensor del heteropatriarcado, así como fascista, franquista e incitador al odio, ya que esto último va de sí, o sea, que se incluye siempre en el mismo paquete denigratorio.
Lo digo, porque yo no creo que se nazca con un sexo (perdón, género, que es la denominación correcta de hoy día) ambiguo que sólo se determinada a partir de cierta edad. Tampoco creo en la Desmemoria Histórica, cuando los recuerdos son algo personal y nadie puede imponer a nadie una visión de la Historia ni un pensamiento único de lo que es correcto y de lo que no lo es, como hacía antaño, con la ley de su parte, la Inquisición. Y debo serlo, finalmente, porque he educado a mis dos hijas y mi hijo con los mismos criterios de igualdad intelectual, sexual y de respeto al prójimo, sin tener que odiar a nadie por ser diferente de uno mismo.
O sea, que he debido ser un pésimo feminista y merezco, por consiguiente, estar rodeado por un cordón sanitario de aúpa, si no incurrir en castigos peores.
Pues qué le vamos a hacer. Para lo que me queda en el convento, no estoy ya para vivir la vida en clave de obsesión sexual, así que seguiré siendo feminista a mi manera, sin pedir perdón por ello ni condenar a los varones ni a las escasas mujeres feminazis por serlo.