Si alguien hubiera comentado hace un mes este confinamiento domiciliario al que hemos sido sometidos los españoles e innumerables ciudadanos de otros países del mundo, nadie lo habríamos creído. El ser humano tiene una extraña capacidad para cerrar los ojos y no ver aquello que no le conviene. Y nos hallamos al presente en el quinto día de clausura. Y los que te rondaré, morena.
Sin embargo, el 25 de febrero había saltado ya la noticia de que la pandemia del coronavirus se extendía por el norte de Italia con frenesí desbocado. Ese día, en el aeropuerto de Gatwick (Londres) la vida transcurría como si nada sucediera. Poco más o menos acontecía en el aeropuerto de Barajas: grandes columnas humanas, de gentes procedentes de todas las partes del mundo, mezcladas como garbanzos y chochos, esperando a pasar el control de pasaportes. Algunos guardias civiles, eso sí, se veían ya con las mascarillas famosas.
Fue entonces cuando concluí que algo no iba bien en la burocracia europea. Y para entonces, el virus campaba en silencio y a sus anchas entre las gentes desde hacía demasiados días.
Dos semanas más tarde, en España seguíamos mirando hacia otro lado: la polémica manifestación a favor de la mujer, el multitudinario congreso de Vox, los 3.000 hinchas del Atlético Madrid en el partido contra el Liverpool, la ausencia de controles adecuados en aeropuertos y fronteras… Y ahora, esta situación surrealista de encierro domiciliario y las cifras galopantes del virus incrementándose cada día como una lotería siniestra.
Se ha actuado tarde, evidentemente, acaso muy tarde. Pero ya habrá tiempo de ajustar cuentas a quienes correspondan. Ahora solo cabe mirar hacia adelante con valor, responsabilidad y civismo. Hacia el final del túnel de la solución sanitaria y hacia ese horizonte sombrío que se barrunta en la economía mundial.
Pero de todo se sale en esta vida, salvo de la muerte. Viene bien traer aquí la frase de Winston Churchill, una frase que a mí me gusta mucho y que por eso tengo colgada en el frontispicio de mi WhatsApp y en los de mis redes sociales: “El éxito no es definitivo. El fracaso no es letal. Es el valor para continuar lo que cuenta”.
O sea, lo que cuenta en estos momentos cruciales es el valor para continuar, el valor que necesitamos para afrontar los días difíciles que vendrán, con la reclusión domiciliaria cada vez más cuesta arriba, hasta que la curva canalla del coronavirus comience a declinar.
Llevaba tiempo sin escribir, es cierto. Y esta crisis del coronavirus, con las largas horas de enclaustramiento, ha despertado en mí de nuevo la fiebre de emborronar cuartillas.
Así pues, mientras dure la reclusión, me he propuesto este diario íntimo desde el que arrojaré a esa plaza pública descomunal que es el internet mi humilde opinión. Líneas diarias al desgaire a modo de bálsamo particular contra la rutina de estos largos días de encierro, que espero sean útiles también y entretengan la clausura de quienes las lean.