La ceremonia de la confusión está poniendo a todos los temas en el mismo saco de forma que todos parecen buenos o malos, solucionan o estropean, de izquierdas y derechas a la vez. Es como si todo estuviera saliendo al ruedo al mismo tiempo para que la corrida parezca confusa, para que no sepamos que mirar, a qué diestro valorar, ni que faena resaltar. Se trata, a fin de cuentas, de la práctica consistente en suscitar falsas discusiones que distraigan la atención de otros asuntos que no interesa que sean tenidos en cuenta. Aunque al final todo lo directamente relacionado con la supervivencia, a fin de cuentas la economía, puede hacernos decidir a apoyar a aquél que presente el discurso atractivo en su estética. El engaño siempre tiene color de bondad.
Avanza abril y a día de hoy cuando leemos o escuchamos un noticiario no esperamos nada bueno y menos incitante. Se repiten de forma monótona las mismas cantinelas que son éxitos para unos y fracasos para otros, o se reiteran fieros males que no dejan de existir pero que a veces no son tan fieros y que se siguen con tanta minucia que ocultan otros más importantes; y por supuesto pocos son los que proponen algo atractivo o esperanzador que anime a los ciudadanos.
Esto explica el extraño fenómeno de que el amplísimo descontento dominante, que tiene pocas excepciones, se presente acompañado de la frecuente sensación de que las cosas van a seguir como están, lo cual no es muy comprensible cuando se vive en un régimen democrático. Parece que sopla un viento de proa que dificulta el avance. Vientos procedentes del sur o de levante, incluso del cantábrico y de otras orientaciones más.
La convicción de que las cosas no tienen solución, de que no se puede, no saben o quieren hacer otra cosa que la que se está haciendo, nos está empujando a pensar de que la vida pública está escapando de los ciudadanos. Muchos que si se sienten representados en su interior dudan, y otros no ven que la conducción de los asuntos ofrezcan nada atractivo. La tibieza con algunos proponen una sí y otra también soluciones que parecen no modifican nada sino van a peor, produce en los españoles una sensación de que las cosas van a seguir así largo tiempo y ello engendra hastío e indiferencia. La forma peor de la resignación. Cuando se llega a la convicción de que hay que elegir entre varias posibilidades no deseables, en todo caso no deseadas, hay peligro de que se elija por inercia o por el método de cara o cruz, o de borrón y cuenta nueva.
Es decir, que se elija vacuamente, con lo cual la democracia se vacía de contenido. Aunque llegado el punto donde hemos llegado quizás debamos vaciarnos de contenido para volver a construirnos y elegir.
Los pueblos necesitan estar psicológicamente sanos para crecerse ante las dificultades, ya que éstas les sirven de estímulo para dar de sí. Está claro que necesitamos recetas nuevas con ingredientes sanos de toda la vida para curarnos de tanta mentira. Algunos creen que pueden tratarnos como si fuéramos idiotas.
Algunos han confundido el silencio o respeto a las instituciones del Estado como asentimiento a su gestión.
El buenismo o infantilismo se ha tolerado y está superado ya no es el mensaje que esperamos... Se impone el ofrecer soluciones positivas. El “es que...” y el “y sí...”, sin olvidarnos del “pico” han muerto. El que no valga para el cargo debe dejarlo o dimitir pues casi cada minuto muere un español.