Durante la semana pasada, esperemos que esta vaya a mejor, cada dos minutos una persona ha muerto por conoravirus. Muertos oficiales, que reales son muchos más, y lo sabremos cuando haya datos totales recogidos en el Registro Civil. Puede que el doble. En algunas provincias, como Albacete o Soria, sabemos ya que son más del triple incluso. Pero solo con los que sabemos ya, la terrible cifra es esa: cada dos minutos moría una persona.
Eso es que durante el tiempo de duración, cada día, del programa de "Los Desayunos de TVE", de Xabier Fortes, estaban muriendo más de 50 personas, mientras se emitía "Espejo Publico" en Antena3, de Susana Griso, más de 150, más de 100 durante "Al Rojo Vivo", la Sexta, de Antonio Garcia Ferreras, y cerca de 200 mientras se emitía "Salvame", Tele 5, de Jorge Javier Vazquez.
Pero los muertos no salen en televisión. Salen las cifras, pero los muertos no. Salen la estadísticas, pero los ataúdes y los solitarios entierros no. Salen los balcones aplaudiendo pero el dolor de las familias, no. Se esconden los muertos, también en los dígitos, pero sobre todo sus "caras", su humanidad, su entorno, la angustia y el desgarro de sus cercanos. No hay lloros por ellos, no salen por la televisión. Se han visto más lágrimas entre los concursantes de Supervivientes que por los 13.000 muertos que ya llevábamos ayer.
Este es el espejo de nuestra sociedad, o mejor dicho el que nos imponen y en el que intentan dejarnos a todos reflejados. No siempre fue así, en realidad nunca fue así, esta es la primera vez. Cuando aquello de la No-Muerta del Ebola, ¿se acuedan ustedes el pandemonium televisivo y callejero que se montó? Aquello parecía el principio del Apocalipsis. Y ahora que sí, ahora que es verdad y una auténtica catástrofe de dimensiones planetarias nos está sacudiendo, sacudirá nuestra forma de vida, después de llevarse tantas, en el futuro inmediato, el mensaje, la imagen a trasmitir, la pertinaz y pringosa propaganda es amén de que "todo se está haciendo bien" hasta lo que no se hizo o se hizo rematadamente mal, es que "esto" si no llega a ser de risa tampoco es para que se haga duelo, ni hay porque dar noticia del dolor y nada de mostrar tristeza o muerte. Eso mejor que no se vea, eso si se puede es lo que no se "debe" ver.
La consigna, directa o sugerida, pero aplicada con ardor viene a ser, en realidad, muy coherente y causa de lo que algo fue, gravísimo, y que se quiere a toda costa tapar. O sea, aquello de cuando se nos decía que era poco mas que una gripecilla, que no iba a haber mas que tres o cuatro "diagnósticos", que estaba "bajo control", en "contención", en lavarse las manos y en despreciar con displicencia los avisos y las realidades vecinas. Y aquella dejación criminal de no adquirir material de protección para nuestros sanitarios, instrumental y remedios para los enfermos y, amén de concienciar con la verdad de lo que venía, tampoco para la población: "Las mascarillas no sirven para nada". Cuando resulte que sí, que lleguen a mansalva, pues ahora sí que llegarán y hasta acabarán por sobrar, harán real el viejo y feroz proverbio: "A burro muerto la cebada hasta el rabo".
Esta pretensión de esconder, ocultar y arrinconar para que no se vea el dolor, ha tenido un ejemplo señero, supongo que habrá muchos más, en mi tierra natal, Guadalajara. Allí, el ayuntamiento y durante toda la Semana Santa, suspendidos cualquiera y la totalidad de sus actos, ha programado cada día por un sector de la ciudad una caravana con una disco-móvil y escolta de policía local. Así lo anunciaban oficialmente: "Este fin de semana comienza 'Una fiesta en tu balcón', la iniciativa municipal que llevará música y diversión cada día a un barrio de Guadalajara". Animaba a los niños a disfrazarse, mostrarse a su paso por los balcones y hacerse selfies y fotos para compartirlas después. La capital alcarreña (cuya CC.AA. Castilla-La Mancha ocupa lugar de podio en víctimas mortales tan solo por detrás de Madrid y Barcelona) registra mas de 100 muertos, tal vez más cerca de los 200 reales, y ello amén de una estremecedora falta de sensibilidad para con ellos y con sus familias, que ni han podido acompañarles en sus horas finales ni acudir a darles un último adiós, puede y así lo han dictado comunicados del Gobierno, constituir una violación de la Ley de Estado de Alarma, que los ha prohibido en varios lugares. Pero sobre todo refleja esa espeluznante impresión de que a las victimas, a los muertos de esta epidemia es mejor esconderlos, que no se vean, que se queden en cifras y que quienes les lloren lo hagan en silencio y con sordina, que no molesten con sus lágrimas que hacen mal efecto. Y que sobre todo: ¡que no salgan por la televisión!