Quienes sobrepasamos el medio siglo desde hace años, alucinamos con la transformación (no sabemos si evolución o involución) que están sufriendo esas pequeñas células de concentración humana que de siempre hemos conocido con el nombre de pueblos. Los mismos que tenían como edificio más representativo a la Iglesia, visible desde todo el término por quienes estaban aricando las tierras (entonces productivas), y se regían para detener su actividad por el sonido de las campanadas que el sacristán hacía sonar justo al mediodía. Hora que correspondía con la hora del Ángelus.
Hoy, todo ha cambiado. Resulta difícil ver a un labriego en el campo y menos arando las tierras porque, tras la revolución del 1989 en que entró la democracia, se vive de subvenciones que indudablemente resultan más rentables que estar “arañando el terruño” como preparación de una siembra que geste una cosecha sometida a los caprichos de una climatología no siempre propicia.
Y lo mismo ocurrió con la política. Antes los Alcaldes les nombraba a dedo el Gobernador Civil de la provincia, aún en contra de la voluntad de muchos de ellos que no querían complicaciones por aquello de que “les costaba dinero el cargo” Hoy hay “verdaderas bofetadas” por conseguirlo, también por aquello de que: son ellos mismos los que “se ponen el sueldo” (siempre por encima del que le proporcionaba su actividad); gozan de “información privilegiada” y “cobran sus tasas” por cualquier obrita que se haga en el término de su mando, aparte de “mil zarandajas rentables” con repercusión económica, puesto que si hay regalos de entradas para espectáculos, coche oficial, gastos de representación etc. etc., pues…todo es dinerito que, o se gana, o se ahorra, de cualquier manera entra en la cuenta corriente del percibidor.
Todo esto llevado de manera legal por el apoyo que le presta el Gobierno de la Nación en última instancia, tras haber pasado los visados siempre favorables de la Provincial y de la Comunidad Autónoma, ya que definitivamente serán los encargados de llevar a término las directrices que el partido de pertenencia depare, en esa cadena ininterrumpida de personajes la mayoría de los cuales “succionan de la misma teta”.
Actualmente, cualquier pueblo, por pequeño que sea, no sólo tiene su página web sino que incluso tienen su televisión propia que el consistorio usa a su antojo para seguir comiendo el coco a sus votantes. Todas las CCAA están tratando de convertirse en nación y como no podía ser menos sus hijos que, en definitiva son los pueblos, imitando a sus padres, tratan de convertirse en CCAA por eso tienen estos medios que tan nefastos pueden resultar cuando son “movidos” por manos inexpertas pero cargadas de “mala leche” y de fines partidistas.
Medios que únicamente son utilizados cotidianamente por sus “dueños”, mientras que el resto de los “ciudadanos paganos” solamente tienen acceso a ellos cuando lo que plantean ha pasado “el filtro consistorial” generalmente en manos del denominado “jefe de prensa”, del que también gozan, representado en alguien que ha ido “retorciendo su colmillo” a base de entrar por la puerta de atrás, (léase sin titulación alguna) en algún medio de prensa escrita que de manera habitual atacaba al consistorio y que este “recuperó para sí” por aquello de que “dejara de dar la lata” aunque hubiera de ponerle un sueldo que naturalmente pagará quien paga todo en este caos político en que nos encontramos.
A quienes nada tenemos que ver con estos manejos, pero que somos analistas de los mismos, se nos ocurre que lo único que les falta a los pueblos es un Congreso democrático, donde los ciudadanos, todos, no solo los ediles, pudieran expresar libremente sus conclusiones y llamar “perro judío” al edil que se ha equivocado en el uso de la democracia y no tener que hacerlo a través de periódicos, no pertenecientes por el momento al Ayuntamiento del pueblo, que de vez en cuando y, cuando les interesa, publican los artículos enviados por estos ciudadanos denunciadores de los “ desmanes caciquiles” de los ediles.
Y tras leer los renglones en forma de “balas envenenadas” que se lanzan entre sí ciudadanos y concejales, nos “hacemos de cruces” al ver como las autoridades se inhiben completamente de estos “desmanes punibles” abocando, sin pudor alguno, a una anarquía que algún día explotará de la manera más imprevisible.
No entendemos nada de lo que pasa, pero deben ser verdades las que se denuncian cuando no hay intervención judicial alguna a no ser que, los jueces no se den por aludidos ante las denuncias o no lean los periódicos.
Hay muchas cosas que se “hacen mal” pero nadie es capaz de rectificar porque es mucha la prepotencia que da la seguridad de que nada pasará porque los encargados de poner orden no tienen intención de hacerlo por aquello de ser “salpicados” al remover lo que es mejor que esté quieto.
Naturalmente ante todo esto: ¡Qué Dios nos pille confesados el día de la explosión! Y ahora la explosión nos ha salpicado en forma de coronavirus.