No es necesario retrotraerse a cuarenta años atrás. Basta con echar a vista a unos meses para comprobar la diferencia. El ministro Ábalos, que es al que le caen casi todas las situaciones complicadas, anunció en rueda de prensa la idea de reeditar los Pactos de La Moncloa y ayer, el Presidente del Gobierno, convocó al mundo mundial para una reunión la próxima semana. Fue un buen golpe de efecto. Con esta invitación se ha garantizado los titulares quedando todo lo demás en segundo plano.
Miremos meses atrás. Se trataba de lograr un acuerdo con los independentistas catalanes y el Gobierno catalán. La preparación fue minuciosa y silenciosa. La historia tuvo, incluso, su liturgia y Sanchez viajo a Barcelona en donde fue recibido como un jefe de Estado extranjero. Todo se preparó con cuidado y antes de cualquier uso público, las llamadas de ida y vuelta se multiplicaron. Además, naturalmente, se pidió y se actuó con discreción. A esto hay que añadir que ambas partes tenían claras sus agendas. Se sabía de lo que se iba a hablar.
En nada se parece la negociación catalana con la que ahora propone el Presidente del Gobierno. Lanza la idea en rueda de prensa sin encomendarse ni a Dios ni al diablo. Pretende desconectar a la oposición y quien no se apunte es que no es leal y además, incluso, un poco facha.
Es de manual que en política es tan importante la discreción como la transparencia. Hubiera estado bien que con discreción, el Presidente del Gobierno hubiera cambiado impresiones, primero con su socio de Gobierno --Unidas Podemos no quiere nada similar a los Pactos de La Moncloa-- y, a continuación, con sus socios de investidura. Una vez armados esos mimbres era obligado hablar con el líder de la oposición, cambiar impresiones, valorar pros y contras, establecer un método y un temario y salir a la opinión pública con una mínima certeza que despejara cualquier sospecha de globo sonda, de afán de cubrirse ante la situación económica que ya tenemos encima. Debería Sanchez haberse trabajado el pacto que dice desear. Es obvio que no lo ha hecho y cómo no creo que, con tanto asesor que tiene, que se trate de impericia, concluyo con prudencia y respeto que quizás quería otra cosa.
En cualquier caso, a nadie se le escapa que la legislatura ha dado un giro de ciento ochenta grados. Sus socios de investidura, para los que siempre tiene palabras amables, se abstienen y salvan la prorroga del confinamiento --necesaria se mire por dónde se mire-- aquellos a quienes no les concede ni un minuto de teléfono. Y así no se hacen las cosas y lo sabe.