Las consecuencias psicológicas del coronavirus
¡Este puñetero coronavirus, a las personas mayores, nos ha cambiado la mentalidad!
Si antes de la pandemia; pensábamos en retrasar el paso del tiempo para alargarle ante el acorte día a día de nuestras vidas, ahora; con el confinamiento a que nos han sometido, tratamos de acelerarlo al máximo para salir cuanto antes de esta situación.
Situación que no nos va “ni chispa” con el modo de vida a los habitantes de España que, hacen de sus salidas cotidianas parte esencial de sus vidas. Y más, a los que habitamos en el sur donde, por la bondad del clima, la mayor parte de nuestras vidas transcurre en la calle.
Por estas zonas meridionales, proliferan mesas en las aceras por doquier, donde no solamente se toman las cervecitas de mediodía sino que, incluso se almuerza y cena en ellas. Claro que, ocupar estos emplazamientos comunes, no resulta gratuito al proporcionar pingües beneficios a los Ayuntamientos de estas poblaciones
El enclaustramiento, ha cambiado totalmente; los hábitos, la intimidad, los nexos familiares, las relaciones sexuales, la percepción e incluso la autoestima.
Quizá el disponer de más tiempo de inactividad, nos lleve al deseo de contactar con seres queridos a los que teníamos medio olvidados y, con esto de los medios telemáticos, a conectarnos diariamente con los familiares más íntimos por aquello de que, ahora no podemos verlos de manera cotidiana, aunque vivamos en la misma población.
Las circunstancias nos obligan a conservar nuestra sobrevivencia emocional-afectiva humana frente al sufrimiento psicológico que conlleva la pérdida de libertad.
Al igual que el preso que delinquió, sufrimos ansiedad y reflexión, si bien a diferencia de él, no arrepentimiento puesto que no cometimos delito alguno. Somos presos ocasionales al sufrir privación de libertad impuesta por quienes nos gobiernan como medida preventiva contra la expansión de una pandemia con exposición de vida. Y esto nos hace más flexibles en el acatamiento del confinamiento.
Al no ser delincuentes habituales, nos cuesta adaptarnos a esta nueva forma de vivir confinados entre cuatro paredes. Confinación que sufrimos más la población en general, ya que los ricos en sus chalets y villas, gozan de más libertad de movimientos.
En cómo llevar esta prisión depende; de la personalidad de cada cual, de su forma de razonar, de su grado de adaptación, de su grado de rebeldía e, incluso, de su psiquis.
Un problema que aumentará en gravedad a medida que los días pasen, es el confinamiento de los jóvenes adolescentes. Hasta el momento, por el escaso número de días confinados, no da tiempo a cambios en la socialización, pero sí en la convivencia familiar, puesto que la adolescencia es un periodo de transición entre la niñez y el estado adulto donde se producen grandes transformaciones; biológicas, psicológicas y sociales en las distintas etapas de su desarrollo, en busca de la identidad. Y este problema de confinamiento en adolescentes, adquiere un tinte dramático al no amoldarse fácilmente a este tipo de enclaustramiento donde en muchas ocasiones les falta intimidad, consecuente con vivir en pisos de 50 metros cuadrados de superficie, e imposibilidad de desfogar esa energía que lleva la juventud.
Y esto es un grave problema que, incluso se está tratando con medidas alternativas preconizadas por la ONU en la privación de libertad penal para los adolescentes, al considerar que, soportan tensiones particulares en la sociedad donde viven, a la que se acusa de ser causante, por su marginalidad y vulnerabilidad, de la falta de adaptación social. Medidas encaminadas a salvaguardar los derechos de los jóvenes según Resolución 45/113.
Mientras nos llega el síndrome de adaptación, algunos han descuidado su aseo personal por aquello de: cómo no voy a salir de casa y nadie me ve, pues…”pijama y zapatillas de andar por casa, o chándal y deportivas e incluso bañador y chanclas”, según climatología. Me dejo la barba y el pelo hasta que abran las peluquerías y si no me apetece ducharme pues… lo dejo para otro día porque ningún extraño me va a recriminar mi desagradable olor corporal.
¡Tenemos un papelón por delante! Pues, a los confinados en un piso, se nos hace difícil realizar el ejercicio diario que, por motivos de edad, estaba limitado a paseos con la finalidad de respirar aire puro y tomar un poco de sol -cuando la climatología lo permitía- por la necesidad imperiosa de proporcionar al cuerpo la energía de transformación y fijación de ciertas vitaminas y minerales.
¡Una entrada y salida de una habitación a otra!, no cumple con el cometido y, los músculos de los ancianos se pierden rápidamente cuando no se les estimula andando con fluidez y ritmo y luego…la recuperación resulta humanamente imposible.
Hay un axioma común que nos reconforta a todos: “mal de muchos, consuelo de todos” al ver que, no somos los únicos que sufrimos este enclaustramiento.
Nos subleva que algunos políticos no cumplan con la orden que nos han dado.
El estar encerrados tiene una enorme capacidad de producir violencia que se va acumulando en un globo que, cuando alcance la capacidad máxima, explotará y en su deflagración alcanzará a muchos dirigentes políticos que, ahora está tan tranquilos.