Por más que recordemos a Jung, el discípulo de Freud, que comparaba a la mente humana con un edificio de 20 pisos, en el cual la razón sólo ocupaba los dos últimos, no evolucionamos incluso vamos a peor.
Quizás sólo se refería a la mayoría, pues para muchos incluso esos pisos parecen vacíos, a juzgar por las actitudes y soluciones que se nos presentan. Parece que llevar algo de sentido común a tanta altura siempre ha sido imposible para el género humano, con o sin la actual crisis y pandemia que nos puede afectar con resultado de muerte.
Seguimos como se decía antes a tumba abierta cuando descendíamos con esas bicicletas pesadas de hierro cuesta abajo sin frenos y sin medida. Día tras día vemos crecer la irresponsabilidad de los seres humanos que pueblan nuestras calles y de los que nos gobiernas. La falta de responsabilidad, de mensajes, de información, la forma en que se banalizan los resultados de la exposición al virus da tanto que pensar que al final ya no sabemos qué pensar. Incluso algunos visto el vacio mental que tienen en los pisos de su deconstruida inteligencia emocional optan por tirar la toalla.
Los excesos intervencionistas parecía hasta ahora que sólo se toleraban si afectaban a lo público o a lo social y menos si afectaban a la vida privada de las personas o ciudadanos. En tiempos de la colonización americana, la Audiencia de Perú recibió una provisión de Felipe II que, de forma imperativa, ordenaba que en el término de treinta días todos los solteros en edad de tomar esposa abandonaran la vida célibe, bajo pérdida de hacienda y disponía que la Audiencia escogiera entre las indias nobles del país, para que desapareciera todo olor de barragancia. La orden probablemente no sentó del todo bien a los que estaban acostumbrados a las regalías de la soltería pero acabaron casándose ante un futuro peor de pobreza. Ahora nos dicen que podemos morirnos y que si viene un rebrote no habrá nadie ya que nos atienda pero parece no importar.
La contabilidad de una empresa al igual que la del Estado son, en economía, el equivalente a los análisis clínicos en medicina, ambos ayudan a diagnosticar su estado de la salud. Por eso algunos empresarios o las administraciones recurren al maquillaje contable, lo vemos un día si y otro también, cuando se han de presentar las cuentas a los socios o a los ciudadanos, o se ha de pedir un crédito o financiación, etc. Es lo que mal llamamos contabilidad creativa, que tiene como fin posponer las dificultades a la espera de tiempos mejores que al final siempre son peores. Incluso al revés se pueden presentar malos resultados cuando no los hay. Este invento está y ha estado presente en el mundo de las empresas y de las administraciones públicas de todos los países por uno u otro motivo, ejemplos pasados fueron el Tratado de Maastricht y los criterios de convergencia europea. Ahora está presente en el tema de la futura crisis y de la actual pandemia.
En España estamos tan preocupados, quizá más en alcanzar buenos balances o resultados, en mantener aplanado el pico, que en nuestro propio futuro, o en que si países como Francia, Gran Bretaña o Alemania, por citar algunos, están haciendo sus deberes o nos están utilizando para salvarse de la quema. Puede ocurrir que están tan mal como nosotros y que Bruselas lo sepa y se acepte como mal menor o como una necesidad política o monetaria.
La práctica de este tipo de contabilidad engañosa no es nueva, sino tradicional por llamarla de alguna manera desde los tiempos de imperio romano y seguirá utilizándose en el futuro. Existen técnicas para maquillar formalmente los resultados: una es prever más ingresos de los esperados, basados en un crecimiento excepcional dadas las circunstancias económicas del momento, y prever unos gastos menores de los que se han de realizar; la segunda sería posponer los pagos al año siguiente, es decir, incrementar la deuda a corto plazo; la tercera es convertir la deuda a corto plazo en deuda a largo plazo, para que la paguen nuestros hijos o los que vengan detrás.
Ejemplos de este tipo de contabilidad son sustituir las subvenciones de las empresas públicas deficitarias por créditos privados, ya que el dinero público incide en el déficit y nos acerca a los criterios para la intervención. Con el dinero privado se incrementa el endeudamiento de las empresas y, en el futuro ya se verá quien paga o quién se queda con la deuda. Otro ejemplo conocido es la promesa de financiar inversiones con ingresos inciertos provenientes de futuras privatizaciones, invento además de dudosa legalidad con la pandemia hemos asistido a expurgos y retrasos con las cuentas de contagiados, enfermos y fallecidos de todo tipo con la callada o la música de los ángeles por respuesta.
La operatividad legal parece que resulta siempre traumática para el que busca siempre su beneficio. Hoy, como ayer o mañana, asistiremos de nuevo a un diálogo de sordos, que no suscita entusiasmo ni a los que trabajan ni a los que están confinados, al tener la sensación de que seguimos a tumba abierta o en otras palabras en desgobierno cuesta abajo y sin frenos. Somos un país sin duda difícil de gobernar quizás uno de los pocos que no han podido someter otros pueblos a lo largo de la historia. Somos conquistadores de mirada impávida capaces de remontarnos y someter al que nos ha querido someter.
Esperemos que se pongan en práctica contabilidades e intervenciones menos creativas y más controladas con los pies en el suelo, que ayuden a la economía en general, al día a día, a los millones de parados y a la controlar realmente la pandemia sin perjuicio de la prosperidad del país, de las empresas y de los trabajadores que son el principal capital del Estado. De momento la realidad de nuestro futuro es más bien oscura mientras no paramos de ver tumbas abiertas...