Hasta el momento presente, la crítica la realizábamos en las redes, en los balcones, aquellos que somos unos privilegiados lo hacíamos en los medios de comunicación, pero la actividad era mínima.
Comenzaron las manifestaciones en las que no se guardaban las distancias y medidas de seguridad y las critiqué como algo inapropiado y como un error estratégico evidente.
Ahora se hace en vehículo, mucho más seguro, más adecuado, pero aún precario y sin la fuerza de la calle.
Soy de los que apuesta por movilizaciones que ocupen la calle como espacio de expresión público, que lo hagamos con seguridad y que, en lo que no se pueda, nuestra manifestación sea un símbolo, un crespón negro, un lazo con la bandera de todos, aquello que se te ocurra y que deje patente la indignación ciudadana, pero que sea una lucha inteligente, sólida y no de baladrón de barrio o de chulo de cuartel.
La violencia, la algarada, la muestra chulesca de perdonavidas de barra no son las formas de una democracia consolidada, ni el modo de reivindicar la oportuna accountability de un gobierno desnortado, sin cabeza y con un único fin: el poder y la destrucción de las clases medias para instaurar un régimen totalitario al estilo venezolano o nicaragüense, de los que han mamado unos imberbes politólogos que no han trabajado en su vida y que, para colmo de males tampoco han sido capaces de desarrollar esa ciencia política desde la historia, la sociología, el estudio y la auténtica generación de un método científico que se limitan a torcer y retorcer para dar la imagen de solidez, introduciendo en él alambicados términos que sólo sirven para la ocultación de la falta de consistencia de la argumentación empleada.
Soy de los que creo que la lucha por el poder solo se puede dar, con garantía, desde la coherencia, desde la falta de violencia, desde la demostración diaria de que se pueden hacer las cosas de otro modo, sin dar un paso atrás, eliminando las incoherencias que en el camino podamos producir, pues como humanos las tendremos, siendo la clave y lo importante su inmediata exclusión cueste lo que cueste, demostrando que la política es un paréntesis en el camino de vida de quien da ese paso, acude a ella, aporta lo mejor de sí mismo, y vuelve a su camino, si el que acude a ella no sirve sólo viene a servirse y, de esos, ya hay demasiados.
Viviremos tiempos muy difíciles en los que se harán recortes, que deberían empezar por los políticos, por los dirigentes, que acomoden sus emolumentos al país que tienen, que es una España grande, pero pobre porque pobres nos han dejado unos y otros.
Lo que hemos hecho mal estaba mal, lo hiciese quien lo hiciese y, no es decente decir “es que esto ya lo hizo el PP o el PSOE”, qué más da, si era ponzoñoso olería mal lo hiciese quien lo hiciese.
Está próximo el momento en el que personas con una mochila de vida tengan que dar el paso, apartar a esta caterva de desagarramantas que pasan de mileurista a ministra, sin preparación, sin bagaje profesional y moral, que acuden a vivir del cuento y, como dijo Ábalos “a mí no me echa de aquí ni Dios”, como emblema democrático de su vida.
Aún no sé si para dar ese paso surgirá un partido nuevo, se reflotará uno existente -por lo que yo apuesto- o se conformará una acción social y partidaria de limpia, regeneración que nos permita, independientemente de las ideologías, afrontar el futuro que nos espera, pues salimos de una sanidad de guerra, pero hemos de afrontar una economía de guerra en la que, sólo el trabajo y una dirección correcta, nos permitirá salir adelante, sin visionarios ideológicos, sino con personas que pisan la calle, que se manchan las mangas y que sudan codo con codo.