Nunca he visto tanta gente desesperada en busca de dinero, es decir, de algo que al final puedan llevarse a la boca, para ellos y para sus familias.
Es la primera consecuencia trágica, después de la sanitaria, derivada del coronavirus.
Lo he notado de manera abrumadora en las ofertas de alquileres de pisos que me puse a buscar hace más de un año. Tras una larga sequía de ofrecimientos, me llegan ahora decenas de ellos a diario, con unas bajadas espectaculares de su renta mensual. La gente necesita arrendarlos como sea.
Otras personas, también en un ERTE, en el paro o en formas más acusadas de miseria acuden en su caso a las casas de empeño, las cuales no saben ya qué hacer con todo el material que se pignora. Y no digamos de quienes se ven obligados a acudir a la renovada y aumentada caridad pública o privada.
Es, como digo, el rostro pavoroso de la crisis que no tiene nada que ver con la legítima oportunidad que han encontrado otros al hallar nuevos nichos de mercado, desde la venta on line y el reparto a domicilio de cantidad de productos, como la creación de mascarillas o mamparas de metacrilato, por poner dos ejemplos.
Ambos colectivos sociales, el de los perdedores y el de los ganadores (muchísimos menos) son gente decente que trata de bandearse en un nuevo mundo que les ha pillado de improviso. Pero luego está el tercer grupo, el de los tramposos beneficiarios de la crisis: los vendedores de pcr y otros test que no sirven para su misión, los importadores de respiradores defectuosos y material sanitario que llega mal y tarde,…
Lo sorprendente, en esta etapa de oscurantismo gubernamental, es que no se sabe quiénes son, ni la cuantía de sus beneficios de intermediación, su experiencia previa en la materia, su domicilio social y hasta su nombre exacto.
La sospecha de fraude, amiguismo y corrupción es generalizada y mientras, como decimos, unos van en busca de dinero por necesidad y otros se lo encuentran por ingenio, la mayoría de intermediarios sanitarios parecen más bien corsarios improvisados que, más que al bien común, atienden a su conveniencia más mezquina. Y de momento con completa impunidad.