Olvidando que forman parte del Gobierno de España, el primero como vicepresidente y la segunda como ministra, Pablo Iglesias e Irene Montero están realizando una serie de declaraciones encaminadas a crear tensión política en un grado desconocido en la reciente historia de España. Decir, sin fundamento, como ha dicho la señora Montero que: "La derecha lleva semanas llamando a la insubordinación del Ejército", es formular una acusación gravísima que se torna irresponsable en boca de un mimbro del Consejo de Ministros.
Montero se hace eco de las insidias vertidas ayer mismo en el Congreso por su compañero Pablo Iglesias acusando a un diputados de Vox de añorar un golpe de Estado. El silencio del presidente Pedro Sánchez ante semejantes insidias es llamativo e impropio de quien está al frente del Gobierno de un país democrático en el que resultan extrañas este tipo de excesos verbales provocadores más propios de países caribeños habituados a padecer a demagogos y asonadas.
Algunas de las intervenciones de Pablo Iglesias parecen adscritas al clima de las asambleas de facultad. Verbo incandescente para caldear el ambiente y enardecer a la parroquia. Hay que reconocer que este tipo de discursos le ha hecho llegar muy lejos en poco tiempo. Quizá por eso todavía no distingue entre un mitin para convencidos y un discurso en su nueva condición de miembro de un Gobierno que lo es de todos los españoles, no de los que votaron a Podemos.
Puede que éste sea el factor que explica -que no justifica- la barbaridad dicha por la señora Montero o la ligereza, en su caso albardada de chulería del señor Iglesias en su comparecencia ante la comisión parlamentaria para la Reconstrucción.
Puede que estemos ante excesos verbales de ministros en agraz o puede que la escalada verbal obedezca a una estrategia encaminada a distraer al personal cada día más crítico con el Gobierno. Son muchos los días de confinamiento y son miles las personas fallecidas a causa de la pandemia. Arrecian las críticas por la deficiente gestión de la crisis sanitaria y en medio de todo se ha cruzado el escándalo provocado por la arbitrariedad con la que el ministro del Interior procedió a destituir al coronel López de los Cobos. Un cese que provocó sucesivas dimisiones en la cúpula de la Guardia Civil. Si Pedro Sánchez no desautoriza al vicepresidente Iglesias y a la ministra Montero, habrá que pensar que el presidente del Gobierno no es ajeno a la estrategia de tensión diseñada como cortina de humo para tapar los errores del Ejecutivo.