Inicio mi colaboración periódica aceptando la invitación de NCYL, y lo hago dispuesto a seguir exponiendo y defendiendo mis ideas, sin límites ni censuras.
Y para estrenarme he elegido un tema de máxima actualidad, pero no exento de polémica: el “orgullo gay”. Orgullo es, siguiendo a la RAE, el sentimiento de satisfacción por los logros, pero también la arrogancia, vanidad o exceso de estimación propia, en una persona. Y como gay describe a una persona, especialmente hombre, homosexual, aunque precisamente este año el PSOE excluye a los varones en la conmemoración de este día.
Hasta aquí nada que objetar: los homosexuales, hombres y mujeres están en su derecho de sentirse orgullosos de su condición, como yo le estoy de la mía. Ciertamente, entre nosotros y durante muchos años, la homosexualidad era motivo de vergüenza e incluso de escarnio y persecución política, pero sería bueno que algunos progres supieran que la “Ley de Vagos y Maleantes” que perseguía a los homosexuales la firmó la Republica el 4 de agosto de 1933.
Desde sus orígenes la humanidad se repartía en dos únicos sexos: hombre y mujer al margen de algún error biológico que los ginecólogos descubríamos en el parto. Y posiblemente, también desde los orígenes, había quien no se encontraba a gusto con su propio sexo y o lo manifestaba abiertamente, siendo objeto de burlas, escarnios e incluso persecución policial, algo que lamentablemente sigue ocurriendo hoy en día en muchos países, o lo ocultaba hasta que algunos personajes célebres decidieron “salir del armario”.
Pero desde que en 1929, con ocasión de una redada policial en el bar neoyorquino “Stonewall Inn”, el colectivo de gays y lesbianas que allí se reunían decidió manifestarse contra una sociedad americana que les manifestaba su hostilidad, y muchas veces de forma violenta, el movimiento LGTBI se organizó y decidió proclamar el 28 de junio como “Día del Orgullo Gay”, movimiento que se extendió rápidamente por el mundo entero. Y hasta aquí tampoco tengo que hacer objeción alguna.
Pero al amparo de este movimiento, fue surgiendo poco a poco la llamada “ideología de género”, que de forma paradójica ha sido capitalizadla por la izquierda política, como anteriormente se apropió del feminismo militante.
Y la paradoja radica en la postura que, respecto de la homosexualidad, han manifestado los más caracterizados líderes de la izquierda: “Son peores que pederastas” (Marx), “Es un vicio burgués patológico” (Stalin), “Es una perversión capitalista” (Mao), “Un homosexual no puede ser revolucionario “(Castro), “El trabajar los hará hombres” (Che Guevara), “Existe cura contra la homosexualidad” (Salvador Allende).
¿Y, con estas ”perlas”, la izquierda pretende capitalizar el movimiento LGTBI ?
Personalmente, tengo y he tenido homosexuales entre mis amigos y colaboradores y no les puedo etiquetar políticamente, e incluso he asistido a alguna de sus ceremonias de unión conyugal. Sé que junto al alcalde de La Coruña salté a los medios por negarme a celebrar matrimonios homosexuales, desde mi convicción antropológica de que el matrimonio es la unión de hombre y mujer, pero respetando la legislación que lo admite.
El problema se plantea cuando los líderes de este colectivo, como los del movimiento feminista, pretenden para ambos gremios, no ya una igualdad con sus supuestamente contrarios, los hombres y las mujeres heterosexuales, sino un trato preferente, e incluso como acaban de reclamar en España una Renta Social Permanente, y una serie de privilegios difíciles de justificar.
Y por supuesto, a la sombra de esta reivindicación empezarán a proliferar como con el feminismo los chiringuitos de los que vivirán un buen grupo de “listos”, y no digamos, la ingeniería pseudointelectual montada en torno a la ideología de género.
Y el “dinero rosa” parece ser abundante.
En fin, que cada cual se manifieste conforme a sus sentimientos porque estamos en democracia, pero que no pretendan ventajas sobre colectivos que no comparten su ideología, y que las Instituciones se respeten a sí mismas y no utilicen la simbología multicolor del movimiento LGTBI en los edificios públicos (Correos), en las Fuerzas de Orden Público, o incluso en los anagramas de los partidos políticos: con ello, ni se ganan adeptos, ni votos, ni dinero.
Bueno, dinero sí; aquellos que confeccionan los vinilos, banderas y pancartas…
Y en todo caso, el sentimiento homosexual poco tiene que ver con el bochornoso espectáculo que en el día de su orgullo nos ofrecen por las calles miles de “locas” (los homosexuales normales no suelen concurrir a estas manifestaciones), con provocaciones de todo tipo y muy especialmente antirreligiosas y soeces.
Esperemos que con el tiempo las cosas vayan madurando y nadie tenga que expresar su sexualidad de esta manera, y cesen de forma definitiva las provocaciones de uno y otro lado.