Un idiota es un idiota...
Los hoy llamados o que se declaran progresistas detestan el progreso pues ni siquiera tienen claro que significa. Son personas de tendencias destructivas conscientes o inconscientemente, muchas de las cuales muchas hace años reconducidas por el trabajo y por la construcción de su propia familia, ahora se encuentran desorientadas a la espera de una subvención reconfortante en la más estricta soledad. El esfuerzo propio en pro del bien común es algo lejano. El individuo aislado solo aspira a su propio egoísmo. Lo que define la percepción del mundo son los titulares en lugar de los datos o la realidad, además de las tendencias generalmente impuestas.
Asistimos una equiparación absurda entre pesimismo y sofisticación. Los pesimistas son considerados más serios y moralmente superiores otorgándoseles incluso prestigio intelectual aun careciendo la mayoría de las veces de conocimientos y estudios. Un pesimista parece que quiere ayudarte, un optimista venderte algo. Algún paradigma de estos individuos los vemos o los hemos visto cotidianamente en los medios de comunicación en prime time. A los optimistas incluso con conocimientos se les tilda de ingenuos.
La naturaleza tiene un sesgo negativo ya que somos sensibles a la pérdida. Nos interesan más las malas noticias que las buenas. Nos afectan más las críticas que los elogios. Existen más palabras negativas que positivas. Estamos más pendientes de lo que pueda ir mal. Una cosa puede ir mal de muchas maneras pero bien de pocas. Las falsas élites intelectuales o los privilegiados del poder tienen mucha culpa al competir por su influencia y autoridad moral creando incluso falsos problemas para no perder su parcela.
Nada otorga más prestigio que decir desde fuera del gobierno que todo va mal. El falso intelectual, sin conocimientos la mayoría de las veces, siempre se siente superior al político y al que trabaja, al economista y al funcionario. Solemos valorar el riesgo en función de los recuerdos que nos vienen fácilmente a la mente por lo que distorsionamos la valoración de la amenaza. Gramsci afirmaba que los intelectuales son los empleados del grupo dominante para el ejercicio de sus funciones subalternas de la hegemonía social y gobierno social, a través de ellos se consigue la disciplina de aquellos grupos que no consiente y se consigue el consenso espontáneo de las grandes masas de población.
La desigualdad no es un elemento determinante del bienestar. Lo que es determinante es la pobreza. La cuestión no es si todos tenemos lo mismo sino si todos tenemos lo suficiente. El estado natural del Universo es que las cosas se caigan a pedazos. No podemos esperar facilidades de la naturaleza, ni suficiente comida, ni casas cómodas para todos, ni comprensión, etc. Todo el mundo está para comer y ser comido por otros. La riqueza y la felicidad no son el estado natural de las cosas y cuando no se tienen se buscan culpables nacen así los -ismos.
El populismo y el falso progresismo dan cada día más una visión ingenua y equivocada de la naturaleza humana. La idea de un falso liderazgo fuerte para solucionar los problemas acaba en el engaño, el autoengaño y extralimitándose para aumentar su poder convirtiendo a algunos partidos políticos en chiringuitos. En una cultura o sociedad las sensibilidades pueden cambiar a lo largo del tiempo con la utilización de la historia con fines políticos, pero un estado debe basarse en un contrato social entre personas que ocupan un territorio no en una falsa realidad histórica, social o étnica.
Vemos en la actualidad que cuando dos poderes asimétricos se enfrentan si el más fuerte no gana claramente pierde, y si el más débil no pierde claramente gana. Cuando el débil gana la naturaleza lo lleva junto con lo que toca a la autodestrucción. La línea que separa la leyenda de la realidad es tan fina como el surco que crea en el aire una bala al salir despedida de un fusil. Por si fuera poco se difuminará exactamente igual para conformar un todo. Una mezcolanza de verdad y mentira con pies de barro queda grabada gracias a la política que deriva de una ingeniería social global en la actualidad.
Las personas educadas no son más impermeables a la irracionalidad que las ignorantes. Vemos que se relajan los estándares de exigencia, a veces a cero, cuando se trata de afirmaciones que refuerzan la virtud de su grupo y demonizan a sus enemigos. Puede que un idiota hable como un idiota pero no deje que le engañe, es un idiota.