Por mi lejanía de Salamanca, sabía de la existencia de un torero paisano llamado a ocupar un puesto importante entre las figuras, pero no tenía la suerte de conocerlo personalmente. Sabía de la vida que, casi siempre, es injusta con los justos. Sabía de su muleta, de su temple, de su izquierda –en todos los sentidos- de su valor y de su precocidad taurina. De regreso a la tierra, allá por 1995, tuve la enorme suerte de conocer, y, posteriormente , entablar amistad –de la mano de Paco Cañamero- con Juan José García Corral, el maestro de La Fuente de San Esteban, y, a la sazón, director de la Escuela de Tauromaquia de Salamanca. E iban 25 años de amistad, que ahora se han visto truncados. El hachazo definitivo de la vida.
Este tiempo ya en la tierra me ha permitido muchas cosas al lado de Juanjo, como fue aprender ‘algo’ de la verdad del toro, escuchar, saber mirar con profesionalidad y objetividad y, sobre todo, disfrutar de la amistad de una persona cabal, sincera, respetable y respetuosa. Porque Juan José era la verdad y la sinceridad del profesional que se sustenta en el trabajo bien hecho y la honradez. Y las personas y la amistad, por encima de todo. No es momento ni lugar de realizar panegíricos de su faceta profesional. Es el momento de recordar a un amigo con el que la vida no ha sido justa. Un amigo al que le ha costado mucho vivir, nada se le puso fácil. Fueron muchas las cornadas que tuvo que sufrir pero, de todas, salió adelante. Sólo la cornada última, la del cáncer, ha podido con él.
En estos tiempos de falsedades y egoísmos, de chuflas y correividiles, de desagradecidos e hipócritas, la figura de Juan José se mantiene erguida, firme con el trabajo bien hecho tras más de 30 años de verdad. Una verdad que, con muchas amarguras de los sinsabores de quienes no ven más allá de su ceguera, siempre se ha convertido en lo que es, la verdad de cada uno. Así, el maestro caminaba con la cabeza erguida y siempre era bien recibido allá donde llegaba con esa figura fina que rezumaba torería.
Conviene hacerle el reconocimiento que merece, aunque ya se lo hicimos en vida, como director de la Escuela de Tauromaquia de la Diputación de Salamanca -una de sus mayores alegrías pero también una de sus mayores decepciones-, porque la Escuela ‘es’ Juan José. Los políticos, mejor o peor en su gestión, pasan, pero el trabajo de Juan José ahí sigue para los anales de su historia, imperecedero, incorruptible – sí – a las corruptelas, serio, sincero y con la hiel tragada ante los incompetentes.
Pero la Escuela siguió adelante y, sigue, esperemos lo mejor en estos tiempos tan anómalos , porque Juan José le echó algo más que ganas, ponía su tiempo, su sabiduría, su temple de maestro. Ahora, cuando la puntilla de la muerte truncó su vida, conviene reconocer su recorrido de maestro, de formar jóvenes valores, de vivir casi en la sombra, de formalidad y razón, es momento, en el último acto de una vida que se fue, de reconocer la labor de un profesional como la copa de un pino, que el tiempo sabrá poner, si es que no lo ha puesto ya, en el lugar que le corresponde ante tanta ingratitud, chabacanería, desvergüenza y, sobre todo, maldad.
Juan José, el maestro pero sobre todo el amigo, se merece el recuerdo y el respeto de los profesionales, porque la profesión, el trabajo y la honradez están por encima de los figurines y figurones, incompetentes y desagradecidos, de los que el mundo está lleno. La verdad, la historia y el reconocimiento, maestro que ya vuela en el viaje sin retorno, son suyas. Duerma tranquilo el sueño de los tiempos y vuele libre y feliz, porque su recuerdo quedará aquí abajo, sellado, en la historia de la Tauromaquia de Salamanca. Se ha ido un amigo, más que un maestro, pero nos quedarán los inmensos y agradecidos ratos de tertulias, de viajes, de tardes de toros, de compartir amistades... de vivir en libertad. Gracias por todo, Juanjo. Dencansa en paz, amigo.