Ahora asistimos a un tiempo en que los valores se han invertido o nos los quieren invertir. La guerra es la pacificación, la sumisión a una idea impuesta es la emancipación. Sólo los míos son buenos o es bueno porque es mi granuja. El nuevo totalitarismo se está gestando. Hemos pasado de ver el pecado en todo a no verlo en ninguna parte. Hemos banalizado el mal y todo lo que conlleva. Se están perdiendo todos los puntos de referencia social y personales. Se están vaciando de contenido los valores humanos. Estamos enfermando a todos los niveles.
Parece como si nos hubiera dado una fiebre colectiva. Todos nos sentimos médicos para diagnosticar el mal de España y nadie repara en que es parte de ese mal. Podríamos resucitar al más maravilloso de los gobiernos y España no sanaría. A nivel global pasa lo mismo. No puede sanar mientras los gobernantes no sean los mejores gobernantes, los ingenieros no sean los mejores ingenieros, los economistas no sean los mejores economistas, los carpinteros no sean los mejores carpinteros, los historiadores los mejores historiadores, los artistas los mejores artistas, etc... Mientras no confiemos en la gente mejor preparada y cuando nuestras universidades no generen más que eminencias aisladas y muchedumbres de productos raquíticos, se dejen de endogamia familiar y política, en la que se promueve a la gente que no les generará sombra y se aparte a los realmente válidos, la intelectualidad se desgastará en el más díscolo pugilato de derechas e izquierdas. El pugilato de los mediocres, que no trabajan en su profesión, no hace por mejorar la sociedad.
Lo peor es ver a la juventud envenenada en un discurso vacuo que no les llevará más que a su propia destrucción y a la pérdida de sus mejores años para enfrentarse la mayoría a un futuro de pobreza. La política es para los políticos pero los formados con aprendices no se llega muy lejos. Estos vacuos personajes de opereta engreídos o empoderados no llegarán a nada salvo a ser instrumentos del poder de turno. Ningún perro suelta su hueso.
Vemos en los medios todos los días a ridículos intelectuales henchidos de un falso progresismo y de falsas consignas, peinados y con cobarta para dar sensación de sabiduría, que no son más que pedantería al servicio del mejor postor. Son la descendencia venida a menos, de aquellos intelectuales que negaron la movilidad de la tierra y su redondez siempre acomodados en su sillón heredado que no ganado con esfuerzo. Lo que no cabe en sus estrechas y coloradas cabezas no puede existir. Son como abigarrados, mezquinos chillones engolados en su miseria y pequeñez.
El Estado y la administración, al igual que la sociedad si quiere reconstruir lo perdido con el menor quebranto debe ponerse al servicio de la unidad. Nada que se oponga debe ser recibido como bueno. Los ataques a las instituciones por parte de cualquier minoría o pagafantas no debe encontrar pávulo en la sociedad. Las luchas de género, clases o fraticidas son incomprensibles ahora y en cualquier momento dentro de nuestro país y sociedad. La violencia de cualquier tipo es más que una táctica de los totalitarismos reinventados. No se puede medrar en la discordia ni a costa de los demás.
La fe de un país reside en su fecundidad, en una idea colectiva e integradora de unidad contra la cual no pueden las persecuciones y las insidias. Por eso se combate la idea de unidad y servicio, que genera valores como el honor y la voluntad, aunque no de frente sino con calumnias. Sólo se alcanza la dignidad humana cuando se sirve a la propia comunidad. No hay paraísos en la tierra y nadie puede arrogarse la verdad. No hay alternativa a la democracia pues es el único régimen que pueden mantener a largo plazo economías abiertas y flexibles que son las que mayor bienestar proporcionan. Lo que se consigue con el falso progresismo disfrazado de buenísmo y populismo es la supervivencia en los países pobres de oligarquías corruptas y en los desarrollados la implantación de sistemas de gobierno opacos y nada democráticos además de la pérdida de derechos de los ciudadanos.