Son momentos históricos en los que hemos de intentar alzar la mirada y ver un poco más adelante, para comprender los pasos y las acciones que se están desarrollando. Los que somos bajitos y cortos de vista lo tenemos un poco más difícil o incluso se nos veda alcanzar a ver ese paso más que se precisa para ver el camino por el que nos estamos moviendo.
En Europa existen varias sensibilidades y posturas de futuro. Una, que mantiene las líneas económicas habituales del mercado; otra, que desea o considera precisa la implementación de líneas económicas que permitan el resurgir de la economía y, cuando esto suceda, volver a los caminos conocidos; y finalmente una línea que quiere el dinero gratis, el ejercicio de políticas económicas de intervención pública y por último desarrollar un modelo económico más cercano al estatalismo comunista.
Europa, a diferencia de España, concibe el comunismo como asimilado al fascismo y, por ende, es observado como un diablo perjudicial para la libertad y desarrollo de la empresa y la sociedad, de forma que todo lo que huele o se asemeja a ello no está visto con buenos ojos.
En estos días hemos observado cómo los grandes países del centro europeo han optado, inicialmente, por un plan Marshall y la cesión de dinero sin grandes garantías, lo que se expresó en el apoyo a la Sra. Calviño. Pero se ha visto confrontado por los países del norte, más pequeños, menos tenidos en cuenta, los denominados “frugales” (nuevo término para hablar de los austeros sin que se note) pero ahora más fuertes tras la salida del Reino Unido de la Unión y que se han enfrentado a los grandes y obtenido la victoria. No es pues una derrota de Calviño, sino de la línea del plan de reconstrucción conforme a un modelo de “Plan” y no de “créditos”, ni ha sido culpa del PP, como decía el gobierno, pues los frugales son socialistas, son posiciones de Estado.
El mínimo vital como una prestación precisa y necesaria no es “ab inito” discutible en un momento de crack absoluto, lo que se critica, por determinados sectores políticos y sobre todo por la Europa comercial, es que dicho mínimo o ayuda no esté vinculada a prestación social alguna por el perceptor o por la búsqueda de un empleo; es decir, la ayuda es precisa, pero no puede ser una subvención a fondo perdido.
El planteamiento de prestación a cambio de algo o subvención para buscar un futuro es el que realizan los frugales y que se ha impuesto en el seno europeo y a partir de ahora será defendido, con mayor o menor, intensidad por todos los miembros. A las pruebas me remito, pues el Consejo parece que está abocado a no alcanzar el consenso que busca, necesita y reclama Sánchez.
No le podemos negar al presidente que está desarrollando un trabajo ímprobo para intentar convencer de la necesidad que tiene España de recibir más de 140 mil millones de euros para su recuperación, pero el escollo no es el dinero, sino las prestaciones que por él se exijan desde Europa.
Es evidente que el camino de la subvención a fondo perdido o plan Marshall está obturado por la mayoría y que serán préstamos o entregas a cambio de intereses o implantaciones de estructuras económicas distintas, en definitiva, el habitual “do ut des” propio del mercado, ya sea en metálico o en cumplimiento de objetivos siempre incumplidos por España.
La Unión busca que en Europa se cumplan los criterios de un capitalismo social y democrático, pero lejos de un fantasma que les asusta, no sin razón, pues lo han vivido algunos de forma muy cruel, cual es el comunismo y, exactamente esa imagen, no ayuda precisamente al trabajador, empresario, ciudadano español que, igual que los europeos, lo único que quiere es trabajo, esperanza y futuro próspero para él y sus hijos, por más que se obnubile con los cantos de sirena falaces y manipuladores de una izquierda que, apropiándose de las necesidades sociales las retuerce robando al parado su futuro, para con ello buscar su propio interés.
Ojalá el presidente obtenga gran cantidad de caudales europeos, a fondo perdido, para nuestra economía, para bajar impuestos y reactivar la producción (como hacen en el resto de Europa), que la frugalidad o austeridad sea reducir la magra política que se los comerá, que los apliquen a las empresas, únicas generadoras de empleo, y no en dispendios infructuosos, no generadores de riqueza o crecimiento económico y faltos de otro futuro que no sea el mantenimiento de la inactividad productiva; pues, si no es así, lo único que haremos es seguir en el fondo de la gruta y quemar el último cartucho que nos quedaba.