En este caso los rumores se han confirmado y Juan Carlos I ha abandonado España. Según dice en su carta al Rey Felipe VI, es “Una decisión que tomo, con profundo sentimiento, pero con gran serenidad” y ello debido “ante la repercusión pública que están generando ciertos acontecimientos pasados de mi vida privada, deseo manifestarte mi absoluta disponibilidad para contribuir a facilitar el ejercicio de tus funciones desde la tranquilidad y el sosiego que requiere tu alta responsabilidad”.
Respetando como respeto esta drástica decisión, los interrogantes que plantea son diversos y algunos de difícil explicación.
En primer lugar, debo decir que admiro a Juan Carlos desde que le conocí por primera vez, hace ya muchos años, cuando no siendo más que un joven estudiante nos visitó, en el curso 1959-60, en el Colegio Mayor San Bartolomé de Salamanca. Fue una visita de cortesía sin mayor alcance.
Posteriormente, ya como Rey, visitó Ciudad Rodrigo, siendo yo alcalde de la ciudad, el 4 de abril de 1984. Fue un acontecimiento relevante para los mirobrigenses y además del discurso de bienvenida, tuve el honor de imponerle la Medalla de Oro de la ciudad. Por cierto, en su discurso el Rey dijo algo que sigue plenamente vigente “las Autonomías no se han creado para dividir España”. Igualmente, en la recepción en el Ayuntamiento, inauguración de la Casa de Cultura y visita a la catedral, tuve ocasión de hablar con él y comprobar su cordialidad, simpatía e ingenio, que le han hecho famoso.
La tercera ocasión, ha sido muy reciente con motivo de entregarle el premio de la Asociación Taurina Parlamentaria, que presido; fue el 27 de junio de 2019 en el Palacio de Oriente o Real, donde nos recibió en un amplio despacho con todo el protocolo habitual en estos casos. Hablamos de toros, pero también le reconocimos sus importantes aportaciones a nuestro país. Y yo le encontré con su buen humor de siempre y su agudeza y tolerancia para tratar, por ejemplo, el problema de los antitaurinos.
Por todo ello y su ya famosa campechanía, resulta extraño lo que ha ocurrido, fruto más bien, a mi juicio, de falta de un asesoramiento adecuado que le clarificase que la inviolabilidad que para su persona recoge la Constitución, no significa impunidad para “hacer de su capa un sayo” o considerar que “todo el campo es orégano”.
Y ahora adopta también una decisión, para mi juicio incomprensible, como es abandonar España mediante un autoexilio, dando lugar a todo tipo de especulaciones, como si con ello disminuyera su posible responsabilidad, cuando parece lo contrario.
Es razonable que abandone la Zarzuela, pero de ahí a marcharse de España hay un trecho, ya que con ello rompe los vínculos familiares y afectivos con los suyos, sus amigos y, por ejemplo, sus aficiones, alguna de las cuales, como la taurina, tiene tan enraizada. Ni la ley, ni la justicia, le obligan a tomar esta decisión, más bien al contrario, pues esa “disponibilidad” de la que habla en su carta la puede ejercer con mucha más facilidad estando en España que fuera de ella.
Es más, no entiendo tampoco como desde el primer día de su abdicación no puso en regla con Hacienda su patrimonio, ya que el dinero dejó también de ser inviolable. Ello le habría evitado muchos dolores de cabeza y los que le quedan.
En fin, mi afecto por su persona sigue vivo, pero este “destierro” autoimpuesto, me produce estupor y creo que es un error. Hace pocos días estuve en los Cuatro Postes de Ávila enseñándoselos a mi nieto y explicándole la leyenda de la marcha de Santa Teresa sacudiéndose allí sus zapatillas con la famosa frase “de Ávila ni el polvo”. No creo que la reacción de Juan Carlos sea similar, porque debe saber que en España muchos, yo creo que la mayoría, le seguimos teniendo afecto, respeto y admiración, por todo lo que hizo por nuestro país.