Torero habemus: Emilio de Justo
En Plasencia, la capital del Valle del Jerte, de donde es parte de mi familia materna, y en la plaza de Las Golondrinas, una de las plazas de toros de mi infancia, a la que me tantas tardes me llevó mi tío Gonzalo, a quien tengo en el corazón: mano a mano de Enrique Ponce y Emilio de Justo, con astados de El Torero y con el salmantino Miguel Ángel Sánchez de sobresaliente, a la espera de una oportunidad, a mi juicio merecida, que siempre se le ha negado. Plaza llena (entiéndase: llena dentro de lo posible), con la Junta de Extremadura apostando por la Fiesta de verdad y no de boquilla, y expectación desbordada, con las entradas en disputa desde que el cartel se anunció.
En fin, desde mi condición poncista, porque aquí no se trata de cambiar de bando (fiel a la doctrina vitista, me caben muchos toreros en la cabeza) voy camino de convertirme en seguidor de Emilio de Justo, cacereño de Torrejoncillo y para los bejaranos un medio paisano, diestro que me interesa mucho y no precisamente de ahora ni desde hace poco. De hecho, cuento años sin perderle pisada, con temporadas durante su durísima travesía del desierto (tomó la alternativa en 2007) en las que apenas se vistió de luces tres, cuatro o cinco tardes y yo, si acaso, me perdí una.
Pues bien, en esta cita placentina Emilio de Justo dejó clara su categoría desde los primeros compases frente a Jarocho, al que administró una media a pies juntos sólo al alcance de los elegidos. La clave de su toreo, a mi juicio, descansa en un sentido de la colocación pluscuamperfecto, y cuando me refiero a la colocación señalo tanto la distancia como el sitio y especialmente la altura de la muleta, a lo que añado, como virtudes suyas, el temple y la armonía. Cómo ofrece la tela dando el pecho, cómo pierde pasos sin quitársela al toro de la cara y cómo entra a espadas.
Torero que se viste por los pies, también ha sabido lidiar las tentaciones del éxito, ese espejismo que a otros enseguida se les sube a la cabeza y antes de llegar ya vetan ganaderías, compañeros y televisiones.
Recuérdese, por ejemplo, que cuando Simón Casas le requirió para su invento (efímero) del bombo venteño, pudiendo elegir, porque se lo había ganado como triunfador de la temporada 2018, Emilio de Justo, rompió el cuadro al apuntarse al carbón de la ya legendaria divisa de Victorino Martín y a los temblores de los temidos astados de Baltasar Ibán, uno de los cuales segó la vida de Iván Fandino en una plaza del sur de Francia.
O sea, gestos y realidades: torero habemus.