Se acabó el verano. También para el Gobierno, que ha tenido unas vacaciones casi idénticas a las de otros años, como si no pasara nada; para la oposición, que ha estado a medio rendimiento; y para el Parlamento, ausente absolutamente, como si los representantes del pueblo solo se representaran a sí mismos y a sus partidos. El presidente Sánchez inicia una ronda de encuentros con los partidos -se conoce que la situación en agosto no era preocupante y que tenía otras cosasque hacer- y previamente lo hará con un grupo de grandes empresarios, en otra maniobra de marketing que busca más la foto que una verdadera voluntad de diálogo y quitarle argumentos a Casado.
Están en juego asuntos de capital importancia: la economía, la pandemia, la vuelta a clase, la situación judicial y la renovación de órganos institucionales de primera magnitud. Y todos, descontrolados porque quien debería hacerlo, que es el presidente del Gobierno, no lo hace. Su socio de gobierno, Unidas Podemos, tras vetar una negociación sobre los Presupuestos con Ciudadanos, ahora dice que la acepta "siempre y cuando primero se acuerden previamente con ellos". Y ahí empieza el disparate. Pablo Iglesias sospecha, seguramente con razón, que el presidente del Gobierno del que forma parte es capaz de pactar con Ciudadanos sin contar con él. Y, por otra parte, sabe que, si Sánchez llega a un pacto con Podemos sobre los Presupuestos del 2021, -la opción de prorrogar de nuevo los de Rajoy y Montoro es sonrojante- los acuerdos con Ciudadanos son casi imposibles o meramente decorativos. Y no digamos con el PP. Pero, además, ERC sólo los apoyará si consigue tajada en el camino hacia la independencia y el PNV lo hará a cambio de más transferencias, un pacto sobre el nuevo Estatuto vasco y más pasta. Y Europa mirándonos con lupa y pensando cómo vamos a ser capaces de gestionar sus ayudas y devolver todo lo que nos van a prestar si no somos capaces de aprobar unos Presupuestos para la reconstrucción.
Algo parecido podemos decir de la pandemia y de la educación. Improvisación tras improvisación, unos y otros tratando de quitarse el problema de encima y poniendo a los ciudadanos y, sobre todo, a los sanitarios, a los profesores, a los escolares y a los padres en un riesgo grave. Debe ser que no han tenido tiempo para preparar una estrategia ni capacidad para acordar con las comunidades autónomas unas medidas básicas comunes.
La avalancha de demandas que va a caer sobre el sistema judicial, con unministro que también se ha ido de vacaciones -aunque ha dejado a miles de abogados y procuradores sin ellas- solo va a agravar un servicio público ineficiente y sin medios, que nunca ha preocupado a los políticos, fueran del signo que fueran. Lo que preocupa a Sánchez, a Iglesias, a Casado y compañía es cuántos miembros del Tribunal Constitucional o del Consejo General del Poder Judicial vana poder colocar -también quién va a controlar RTVE o el Defensor del Pueblo- para que las cosas sigan estando como están. Es decir, mal.
Por eso pido que me despierten cuando acabe septiembre - robando el título de una novela de Mónica Rouanet- porque me temo que septiembre volverá a ser un mes perdido y que la negociación será una farsa y los acuerdos, imposibles. Y si hace falta, volvemos al debate sobre la Monarquía, sacamos de nuevo la ley de la Memoria histórica o resucitamos a Franco. Todo por el bienestar de los ciudadanos.