Les diré, para situarnos mejor ante mi reflexión, que soy profesor en ejercicio en estos momentos. Por tanto, quede claro, mi opinión no deriva de lo que interpreto, o me cuentan, es fruto y consecuencia de mi experiencia personal vivida en primera persona.
Acaba de terminar la primera semana del curso 2020/2021. Las conclusiones a las que llego después de estos primeros días de clase de un año – como decirlo- “excepcional”, son incontestables. También son el resultado de las múltiples reuniones y conversaciones mantenidas con mis compañeros de faena. Resumiendo se puede decir que no se pueden poner puertas al campo. Es iluso pretenderlo, e incluso, absurdo y totalmente surrealista.
Los centros de enseñanza –entiéndase cualquier lugar dedicado a la formación, reglada, o no- son caldo de cultivo para la transmisión de la pandemia. Los contagios van a estar al orden del día, como así está siendo. Los protocolos de actuación obligatorios para cada colegio, instituto, universidad, etcétera, de nada sirven por mucho que insistan las autoridades educativas. No se puede crear una burbuja que, como si fuera un ghetto, pueda aislar a los alumnos dentro, y fuera, del recinto escolar.
Dentro es muy difícil –imposible diría yo- cumplir con todas las medidas de seguridad sanitarias previstas: toma de temperaturas, distancia social, lavado con gel hidroalcohólico, no tocar, no tocarse,…..En fin, una entelequia que solo existe en la imaginación de los ilusos, o de los demagogos. Es absolutamente imposible. Todo ello, pese al enorme derroche de esfuerzos e imaginación de los equipos directivos, del claustro de profesores y, de todo el personal que conforma la llamada comunidad educativa. Les aseguro que mis compañeros se están dejando la piel intentando evitar los riesgos de contagio.
Fuera todavía es más complicado. ¿De qué sirve que no les dejemos jugar con el balón, si por las tardes frecuentan las canchas de deporte practicando deporte con la pelota? ¿Qué podemos evitar controlando la distancia social, si a la salida, ya fuera del centro, los contactos son frecuentes? Estas son preguntas que tienen una misma contestación: completamente nada. Todos los esfuerzos de una mañana agotadora de supervisión se desvanecen con la misma facilidad que la de un helado derritiéndose al sol. La ley de la probabilidad matemática es muy testaruda. Habrá contagios.
Nadie debe entender que de mis palabras se desprenda, que el cierre de los colegios sea una medida a tener en cuenta. En absoluto. Soy un firme defensor de la enseñanza presencial y un crítico declarado de la enseñanza on line. Por supuesto que la digitalización y la implantación de las nuevas tecnologías es una necesidad apremiante, faltaría más, pero hacerlo de golpe y porrazo a la fuerza, como imposición, no como un natural proceso, es contraproducente. Durante el confinamiento, se impartió docencia, se garantizó por derecho y por ley, se dio una respuesta rápida e inmediata, pero no se garantizó el aprendizaje. Las autoridades educativas, los profesores, los alumnos y las familias lo saben. Sencillamente no estábamos preparados pese a la inmediata contestación dada al reto planteado. Llevamos años de retraso.
Han pasado seis meses desde que se declarara el confinamiento. Ha pasado medio año, se dice pronto. Desde aquel fatídico mes de marzo, se sabía que los problemas no iban a terminar con el fin de curso en junio. Se ha perdido el tiempo. Hasta finales de agosto, con el rebrote esperado y que llegó antes de tiempo, todavía andábamos por los cerros de Úbeda reflexionando –algunos veraneando- sobre el sexo de los ángeles. El Gobierno del Reino de España se quitó de en medio rápidamente y les echó el muerto a las comunidades autónomas. Todo un gesto de flagrante irresponsabilidad y ejercicio de “Poncio Pilato” hizo nuestro arrogante presidente y, su ministra de Educación y Formación Profesional, Isabel Celaá, practicó el escapismo y el mutismo más vergonzante que se pueda exhibir. La cadena de mando territorial autonómica se vio desbordada y la gestión de los centros recayó en los equipos directivos. Las soluciones, o medidas diseñadas, a modo de cantos de sirena, llegan tarde, mal y, en no pocas ocasiones, serán papel mojado. Más profesores, desdoblamientos en grupos más pequeños, instalaciones, dotación de recursos técnicos e informáticos, controles sanitarios, y muchas más promesas se han quedado por el camino. Ha pasado una semana desde la vuelta a las aulas y yo no he visto nada de esto.
La situación se presenta muy complicada de gestionar. Los profesores sentimos mucha impotencia y preocupación, por mucho optimismo que pretendamos, ante el desarrollo de los acontecimientos. Ahora mismo, y será peor, se está implantando un horario sobredimensionado dual de trabajo presencial y, sin disminución de la carga de éste, un teletrabajo a nuestra llegada a casa. Es decir, mismos medios humanos y técnicos, pero más exigencias. El nivel de estrés es muy alto y difícil de mantener en el tiempo con la misma intensidad. Conozco a muchos compañeros de profesión muy entregados, pero también conozco la falta de ánimo en otros. Razones tienen.
En fin, se luchará contra viento y marea, se peleará por la enseñanza presencial hasta que el cuerpo y la cabeza aguanten, pero poner puertas al campo, además sin cristales, es una ensoñación y una fantasía propia de las novelas de ciencia ficción.