Dos tardes desapacibles, con frío prematuro y viento indeseado, en Sahagún, plaza que no conocía pero pueblo cuya tradición taurina no se me escapaba, y Huerta de Rey, no Huerta del Rey como rezan faltando a la verdad los indicadores de las carreteras (digno de reyes, no de su propiedad), uno de los enclaves más apasionadamente taurinos de los mágicos pero castigadísimos dominios de Castilla adentro, dos tardes desapacibles, decía, para un comienzo de ensueño del primer ciclo de novilladas sacado adelante en collera de futuro por la Junta de Castilla y León y la Fundación del Toro de Lidia con Nacho Matilla y Ángel Castro sin dejarse ni un clavo suelto en la organización, asunto especialmente delicado en estos tiempos asolados por la maldita pandemia del coronavirus.
Desapacibilidad de la que me olvidé en cuanto salto al ruedo el primer novillo de Valdellán, el segundo de la tarde de Sahagún, torito rematado y con miradas de infarto, hasta el final con la boca cerrada y peligroso, al que Leonardo Pasareira, novillero con oficio, siguió toreando tras la estocada, a la manera de Julio Robles, para ayudarle a morir como se merecía, embistiendo. Dos orejas y adiós al frío.
Menudos novillos los de Valdellán, estupendo el primero, codicioso el segundo, y a pedir de boca el tercero, estos dos últimos con el mismo nombre: “Divertido”, aunque para diversión la de su madre, la vaca “Divertida”, que se divierte regalándonos estas joyas. Que prometedor se mostró con el suyo el salmantino Jesús de la Calzada, con valor para poner una tienda y apuntes desbordados de torería.
Y más novillos/toros en Huerta de Rey: tres de “El Collado”, domecq de Sánchez Arjona, y tres de Sánchez Valverde, hierro formado con vacas y un semental de Montalvo, lo que en principio constituye una garantía y garantía que una vez más se demostró cierta. Los seis pedían a gritos el concurso de los varilargueros y, en consecuencia, obligaron a superarse (y fueron capaces de hacerlo) a unos novilleros que se vestían de luces por primera o segunda vez.
Así Pedro Andrés, vitoriano que se forma en la escuela de Medina de Rioseco de la mano de Jorge Manrique y que pinta halagüeñamente, y Daniel Martín, vallisoletano de Laguna de Duero, también alumno de la escuela charra, que torea y torea y torea con sentimiento, suavidad y hondura, memorable en dos series de naturales.
En definitiva, novillos/toros verdaderamente encastados, novilleros a seguir, dos aficiones “pueblerinas” entendidas (algunos opinadores que se sienten importantes tendrían que venir a estas novilladas para perder humos) y organización sin un fallo. Como señalo en el título, el ciclo ha comenzado mejor que bien.