Que no quede piedra sobre piedra
Hay muchas maneras de hacer política, pero algunas son mucho peores que otras. Por ejemplo, la de no dedicarse a construir el futuro sino sólo a derribar el pasado.
Es lo que está pasando en España y ya desde antes de que gobierne el actual Gabinete. Tenemos una ley electoral que bloquea las listas de candidatos y promociona así a los más pelotas con su partido y no a los mejor preparados, propiciando el sectarismo político en vez de la búsqueda del bien común. Tampoco nuestro sistema es proporcional, aunque presuma de serlo, por la sobrerrepresentación de algunos políticos, singularmente los regionales, que acaban teniendo en sus manos la gobernabilidad de la nación entera.
Pero es ahora, en pleno desconcierto por la pandemia sanitaria y la destrucción económica, cuando resulta más evidente que quienes deberían encarnar el futuro con generosidad y altruismo se dedican preferentemente a destruir al contrario.
El ejemplo más evidente lo muestra el Gobierno de la nación, dispuesto a cualquier cosa, incluida la desaparición equilibrada de la separación de poderes para evitar así por siempre jamás perder el mando político. Con un poder legislativo, mero apéndice del ejecutivo, con sus diputados encuadrados y disciplinados, siendo siempre un agregado numérico de quien manda, poco o nada queda del hipotético control parlamentario.
Luego ha venido el interesado control judicial, con una singular Fiscal General del Estado, Dolores Delgado, absolutamente partidista, y las actitudes gubernamentales recortadoras de las decisiones judiciales. Finalmente, el ataque a la institución moderadora del Estado, último baluarte constitucional: la Monarquía, que según el ministro Alberto Garzón “maniobra contra el Gobierno”, por lo que es “insostenible”.
Claro que redondeando esa lógica de no dejar piedra con piedra de nuestro andamiaje nacional, la propia ministra portavoz, María Jesús Montero, atribuye “amor a España” a quienes, ERC y Bildu incluidos, se sientan con ellos a hablar de los Presupuestos Generales del Estado aunque quieran derribarlo.
Esta debe ser, seguramente, la “crisis constituyente” a la que se refería el ministro Juan Carlos Campo. Si alguien cree, sean cuales fueren sus preferencias políticas, que así vamos hacia alguna parte, está rotunda y tontunamente equivocado.