Soportar, sufrir y mirar...
El sufrido ciudadano que no tiene nada que ver con la actividad lucrativa, legal o ilegal, de “los Otros” parece que sólo ha nacido para soportar, sufrir y mirar.
Como cuando hacen una obra al lado de tu casa. Toca aguantar ruidos, suciedad, atascos, saludar al albañil que te mira por la ventana, para que otros se enriquezcan; pero a ti nadie te da las gracias por aguantar, ni te ofrecen una semana de vacaciones para descontaminarte del cabreo diario, ni siquiera saben disculparse educadamente.
Los ciudadanos y los trabajadores están en el fondo hartos de trabajar para nada, para seguir en el marasmo a el que están condenados. El futuro de trabajar sin futuro. Trabajar para pagar los recibos inmediatos sin capacidad para el ahorro. Parece que nadie se da cuenta de cómo está la vida de un, cada vez menos, mileurista en este país al que ya no le queda casi para comer. Los menos de mil euros se van en alquiler o hipotecas en un 60%, luego transporte para ir y volver de trabajar, energía para no pasar frío, y un pequeñísimo resto para comer en mesa camilla de familia bajo la raspa de una sardina colgada de la lámpara como en tiempos de la guerra civil. Los mayores afirman que “vivimos como en guerra pero sin bombas”. En el mundo y en España algo cruje cada día más y ahora le sumamos la segunda ola de la pandemia.
Todos los días vemos víctimas de la crisis en todos los medios de comunicación en forma de accidentes, desahucios, asesinatos, robos, suicidios, incendios de viviendas y locales, cierres de empresas, despidos, etc., intencionados o no, y de algún conato rápidamente sofocado o silenciado de descontento ciudadano, además de los procesados por corrupción que sirven para tapar otros descontentos. Eso no es más que el reflejo de una violencia silenciosa que se produce cuando no encontramos justicia, o cuando vemos todos los días que algunos tienen más cara que un saco de muñecas.
Qué familia a la hora de comer o cenar sentada al calor de la mesa camilla no ha iniciado conversaciones sobre como arreglar el mundo, en definitiva, sobre mil teorías que aportarían miles de soluciones y adelantos a algo tan difícil de modelar como son los seres humanos.
Tales de Mileto demostró sentado a la sombra de la pared de su huerto, un día de aquellos calores de la Antigua Grecia, su teorema relativo a la proporcionalidad de los segmentos unidos por un punto y cortados por rectas paralelas. La inclinación del sol hacía que la sombra de su ciprés se alargara o se acortara. Así que ni corto ni perezoso lo aplicó para medir la altura de las pirámides durante su viaje a Egipto, ayudándose mediante las sombras que proyectan cuando éstas las encajamos en la misma medida que nosotros mismos.
Tales como cualquiera, que se precie de sabio, también era despistado. Diógenes Laercio nos cuenta que al caer Tales en un pozo después de ser llevado por una vieja mujer a ver las estrellas está le contestó ante su petición de ayuda: “¿Cómo pretendes, Tales, saber a cerca de los cielos, cuando no ves lo que está bajo tus pies?” Pero Aristóteles afirmaba de Tales que para éste la cuestión primaria no era lo que sabemos sino como lo sabemos. Tales sin duda encerraba una sabiduría que daría que pensar a grandes científicos como Keynes, Newton, Einstein y a algún aficionado como el que suscribe. Algunos ejemplos de sus sentencias fueron: “Lo más grande es el espacio, porque lo encierra todo; lo más veloz es el entendimiento, porque corre por todo; lo más fuerte es la necesidad, porque domina todo; lo más sabio es el tiempo porque lo esclarece todo”