Clara Usón, 'El asesino tímido'.
La capital del Reino, a decir en el argot cheli de antaño, ‘El Foro’, vive estas jornadas su particular confinamiento como por arte de magia del virus, que no de Los Pecos. Los que tuvimos la dicha de ser actores de primera función de lo que fue y ya no es este Madrid de Ayuso y Aguado, a distancia infinita de lo que supuso ‘La Movida’, cuando llegan estos avatares sanitarios, políticos y sociales, en la distancia de aquellos tiempos y estos días, echamos en falta muchas cosas, como una multiplicidad de mundos que han quedado sepultados en la memoria del tiempo.
Me he dejado caer, como a escondidas, por Madrid, siento que cada vez me cuesta más y los viajes se pierden también en el tiempo, como los recuerdos de las vivencias que, al traerlas a estos días, nos hacen sentir viejos, personajes de una película en blanco y negro que se convirtió en tecnicolor y ahora está archivada en el polvo de la distancia y los años. En este fugaz viaje -que me ha obligado a escribir, a estas horas de la madrugada, recién llegado- tuve la gran suerte de encontrarme con un amigo de los de antaño y que me recordó a Luis Antonio de Villena, quien hace unos cuantos años publicó un despiadado libro sobre ese Madrid que quedó anclado en la distancia, Madrid ha muerto, cuya cubierta está muy bien ilustrada por el padre del dibujo de aquella época, Cesseppe. La imagen de Luis Antonio es el perfecto síntoma de que aquel Madrid de Malasaña y Y’Astá, de Rock-Ola y Archy, de Stella y Bocaccio, Almirante, Moriarty y la calle Villalar, y también, por qué no, de El 17, La Cueva, La Bubu, El Valentino y Griffin’s, no existe más que en la añoranza de cuantos vivimos aquellos apasionados años, intransferibles fuera de esas fronteras de Chueca –que no era lo que es, si no un barrio muy duro donde todos los días había follones -, la Puerta de Alcalá y El Manzanares.
El encuentro con Luis Antonio recordó aquellos lugares que considerábamos como templos de la modernidad, de la libertad que llegaba con el primer socialismo del 82 de la mano del profesor Tierno Galván -honorable y atrevido alcalde de Madrid- más que del empalagoso parlanchín Felipe González, me trasladó al recuerdo de un tiempo que no pude barbullar, sino revivir en la fantasía cuerda que dan los años y la experiencia. Con muchos amigos y gentes de antaño ya idas, solo quedan en el fugaz rayo de la memoria que quema como brasas bajo las cenizas. Todos estábamos vivos.
Paseando en la tarde de sábado por Recoletos, Almirante y Villalar hacia Claudio Coello, la Puerta de Alcalá –símbolo de aquellos alcoholes anfetamínicos, de modernos complacientes y alardes iniciales de las desmadradas reinonas de ahora, antes transformistas de los que La Bubu -donde sonaba 'La Saeta' de Serrat a ritmo de pasodoble en la voz prohibida de Blanca Villa , 'Ahí te mando mi guitarra Juan Manuel' dedicada a Antonio Pajuelo, compañero de piso- y Griffin’s -que de marqueses y señoritos del barrio Salamanca se convirtió en la noche de la disco más lobuna de los madriles que empezaban a emerger de la prohibición y el recato- daban buena, picante y alegre cuenta. Vienen lentas a la memoria la Terremoto de Badajoz, que hacía de Lola Flores y era una maravilla; o Manolo Sevilla, que era una Isabel Pantoja espectacular. Especial recuerdo para personajes que, hoy, en octubre de 2020 y casi 40 años después, parecen más desafiantes, hermosos y revolucionarios de lo que incluso fueron en su momento: los pioneros 'cañí' Mr. Artur, Toni Bell y Violeta La Burra; 'intelectuales', como Paulosky y Pierrot; supervedettes como Angie y Fausto; superestrellas, como Paco España; absolutamente inclasificables, como Lorca y Carmen de Mairena…
Esta tarde casi noche en que me acerqué, como sin meter ruido, Madrid lloraba su agonía confinada, con una brisa soporífera y seca que traía melodías de antaño. Tiempos aquellos de Santi Auserón cantando con el gallo tras una noche de verbena, Olvido Gara con sus inigualables Pegamoides -uno viajando en el tiempo, Carlos Berlanga-, Ana Curra -Ana Pegamoides en el mundillo-, los malagueños Ojeda y Teixidó -que llegaban con brisa fresca desde Málaga-, Eduardo Benavente, de Parálisis Permanente, el amigo y algo más que truncó su vida un 14 de mayo de 1983 en accidente de coche en Alfaro cuando venía de un concierto en la Sala Tropicana de León y, desde entonces, un mito en 'la movida'. También los compañeros periodistas y amigos de Facultad el malagueño Damián Bernal y el castizo Javier de la Cruz, Urrutia Gabinete y Uli –que joven truncó su vida-, Borja Casani --el director de 'La Luna de Madrid'- y el amigo, paisano y maestro José Miguel Ullán con su irreverente para la época ‘Tatuaje’ en La2 y el sumplemento ‘Culturas’ en Diario 16; Pedro Almodóvar y Nacho McNamara -que hacían sus pinitos musicales en modo trans cantando '¡Cómo está el servicio... de señoras!', su único disco-. Y cómo no, Enrique Urquijo -también ido en un portal cualquiera-, Ana Torroja que empezaba su particular dulzura con los hermanos Cano, Nacho y Josemari- y Los Chunguitos, rumberos de música quinqui de barrio pobre que gustaban al progre, nombres que posan aroma e historia común en el baúl de los tiempos, y también en los de la Piquer, la madre. Eran tiempos de modernidad, nuevos ritmos y clavos punk traídos de Inglaterra para chupas de cuero negro. Pero también para la copla reinventada y el 'decir a medias' del franquismo, y ya se decía entero y de boca de culturetas como Vázquez Montalbán, Ullán o el mismo Joan Manuel Serrat, que reivindicaban el género español de la música popular. No hay más que pensar, por ejemplo, en los amores ilícitos y el sexo efímero en un ambiente portuario de marginalidad de la propia 'Tatuaje' de Concha Piquer, la velada alusión a la prostitución masculina en la versión de 'Ojos verdes' de Miguel de Molina o cuando él mismo cantaba esa delicia de “yo estoy compuesto y sin novia/ porque tengo mis razones”.
Hubo un momento en Madrid que confluyeron una serie de factores y, sobre todo, de personas, cada una salida de su propio mundo, que dieron forma a una especie de tormenta perfecta. Como tormenta, tuvo su tiempo y pasó. No es añoranza, ni morriñas gallegas que podrían cantar Julio Iglesias, con su 'Quijote' macho español, o Juan Pardo –ya de la mano con Junior, tras dejar Los Brincos, esos ‘beatles’ a lo español-, sino el halo de un tiempo ni mejor ni peor, sino distinto y puntual, que marcó nuestros días y nuestras vidas, aunque aún quedan Blanco y Negro y Discoteca Garamond Madrid - Madrid Lux -cuando pase el bicho y vuelva la noche- para sacarnos del hastío actual. Vivimos en un entorno fuertemente acelerado por la tecnología, una sociedad digital o digitalizada, y esto está trayendo consecuencias en todos los ámbitos de nuestras vidas a una velocidad tal que las hace difícil de prever, en la que ya nos vemos superados y, quizás, apeándonos en la estación de vuelta. Aquí y ahora se tiene que correr a toda velocidad simplemente para seguir en el mismo sitio.
Ahora, en el silencio y en la paz que buscamos en la tranquilidad del pueblo -donde escribimos a estas horas- la vida vuelve hacia nosotros la historia, silenciosa como un libro. Los recuerdos fluyen donde no habita más que el olvido de unos días felices que la muerte, que no es más que el transcurrir del tiempo, trajo asidos de la mano para esparcir por los torales donde antes habitaban la vida y las personas. Los músicos mueren. Pero la música y los recuerdos no, ay!