Parece que la pandemia que tantas vidas se está llevando por delante también continúa arrasando nuestra forma de relacionarnos, de ver el mundo y de cambiar la sociedad que conocíamos.
Las ganas de besarnos , abrazos y estar juntos, las ganas de tener ese contacto humano pareciera que lejos de unirnos, nos está separando y deshumanizando. La empatía, la solidaridad y la tan necesaria unidad de nuestra sociedad, está transformándose en individualismo y división.
Entre titulares, fake news, datos incesante y el enorme dolor de aquellas personas que están perdiendo familiares y amigos, no faltan quienes en vez de contribuir a ayudar a quienes tanto lo necesitan y calmar los ánimos, hacen todo lo contrario, generar más confusión dentro de la incertidumbre que acecha sobre todos y todas, porque como decía mi abuela “A río revuelto, ganancia de pescadores”. El problema estriba en que, como en el refrán, quienes salen perdiendo son la bancada de peces que caen en las redes de aprovechados pescadores.
Las redes del odio, las redes de las informaciones falsas, las redes de quienes de forma deleznable utilizan el dolor e instan a la sociedad a negar la realidad, que no es otra que el hecho de que éste virus mata, mata sin diferenciar entre más o menos patriotas, ni tampoco mata en función de las ideologías o el país de nacimiento, simple y llanamente mata.
Muchos creían que tras todo lo que hemos vivido – y que a tenor de los datos es probable que tengamos que volver a vivir- íbamos a crecer como sociedad, a fortalecernos y a hacernos más humanos, más comprensivos con el de al lado y salir de la bronca continua y la división.
Sinceramente creo que en términos generales la ciudadanía es solidaria, responsable, cumple con las recomendaciones sanitarias y se ponen en el lugar del otro, pero también vemos cómo se repiten día tras día los mensajes de odio, las actitudes violentas y la sinrazón de quienes niegan que el virus exista. Parece que la pandemia de Covid-19 se ha transformado en la del odio incesante.
Os preguntaréis ¿de quién es la culpa? Hay una frase de Concepción Arenal que dice “Cuando la culpa es de todos, la culpa no es de nadie” en éste caso creo que deberíamos leer desde el final hasta el principio de la misma, para llegar a la conclusión de que “Cuando la culpa no es de nadie, la culpa es de todos”. Por un lado tenemos a la extrema derecha desde la legítima representación que las urnas le han dado, fomentando el discurso del odio basado en falsas noticias, la división y generando un clima irrespirable, y por el otro tenemos a ciertos sectores de la sociedad que no se molestan en cotejar la veracidad de las noticias, asumiéndolas por tanto como ciertas, y contagiándose del mismo odio que los primeros pretenden expandir, por ende, la culpa la tenemos todos.
Pero también tenemos un sector mayoritario, que es el de personas responsables, solidarias y comprometidas, que no están de acuerdo en que la violencia y el odio contribuyan a mejorar nada, y que como Pablo, con 16 años, de Logroño, ha quedado con sus amigos para limpiar los destrozos generados por un sector minoritario, al que se escucha demasiado.
Creo que conviene que reflexionemos sobré qué tipo de sociedad queremos construir y mantener, si la que genera división y rencor, o la que fomenta la unidad, la solidaridad y el pluralismo. La decisión, y las acciones que llevemos a cabo, dependem de todos y cada uno de nosotros, en palabras de Channing “La gran esperanza de la sociedad, radica en el individuo”, si no somos capaces de mejorar individualmente no podremos hacerlo socialmente, debemos tener claro que la única vacuna para frenar la pandemia del odio somos nosotros, con nuestras decisiones, pero fundamentalmente, con nuestras acciones.