Nadie duda, por muy forofo que sea del personaje, que Donald Trump ha sido un presidente atrabiliario e impresentable. Ahora, además, sabe que es un mal perdedor. Aun así, la mitad de los ciudadanos del país se han visto representados por él, y no sólo hace cuatro años, sino ahora mismo, en que perdiendo ha sacado más votos que entonces.
Claro que Joe Biden ha obtenido más que él y es un legítimo ganador, pero sus electores no lo han sido por un carisma del que carece el nuevo Presidente, sino porque han formado un nutrida y heterogénea coalición de antagonistas de Trump. Ya nunca ha estado tan dividida Norteamérica como ahora, ni siquiera en los años sesenta y setenta con la guerra del Vietnam.
¿Qué ha pasado para que el millonario neoyorkino haya estado cuatro años en la Casa Blanca y aún le hayan seguido votando más de 70 millones de ciudadanos?
No vale con decir que la suya es la fascinación que ofrecen los ricos a los que carecen de todo, sino su apuesta por los olvidados del sistema, con el eslogan “América, primero”. Los marginados del medio rural, los blancos desclasados, los ajenos al mundo digital de los urbanitas de las grandes ciudades y hasta muchos hispanos contrarios a la inmigración ilegal, después de haber seguido ellos los trámites exigidos, son esa América que teme el desorden, la anarquía y la espiral de pobreza en que se encuentra.
Frente a ellos está la otra América triunfante, la de Biden, que recoge desde la gente sensata y con posiciones políticas moderadas, hasta el radicalismo socialista de otro precandidato, Bernie Sanders. En la heterogénea coalición que le ha llevado a la Casa Blanca figuran desde los clásicos grupos pro derechos civiles hasta la nueva generación digital alimentada con los lemas del “Me too”, “Black lives matter” y otros eslóganes más o menos estridentes y de rabiosa actualidad.
Es a esa América emergente, con afanes revanchistas en algunos casos, y a la otra, perdedora y hasta con tentaciones violentas, a las que se ha dirigido el Presidente electo con sus proclamas de que va a ser el presidente de todos y de que va a unir el país en un proyecto compartido.
Difícil lo tiene, según todos los analistas políticos, porque la división es superior a la contención con que se ha seguido el largo y tortuoso recuento de resultados y está instalada en la médula espinal de un país que lamentablemente está partido en dos.