Somos una sociedad de “negacionistas”. Negamos y negamos por sistema. Negamos el pan y la sal. Negamos el asilo y negamos la violencia contra las mujeres. Porque sí. Porque es más fácil negar que asumir la necesidad de volver de al revés nuestras conciencias.
Cuántas veces hemos negado a las víctimas de violencia machista? Muchas, infinitas.
Las negamos cuando miramos para otro lado mientras son agredidas. Las negamos cuando les pedimos que sean valientes y denuncien y luego las dejamos solas frente al agresor. Las negamos cuando la ley absuelve a sus agresores. Las negamos cuando disculpamos los golpes en base a una supuesta locura. Las negamos cuando repetimos los discursos aprendidos en una sociedad que nos educa para negarlas. Las negamos cuando nos desentendemos de su bienestar y sus necesidades y se ven obligadas a mendigar ayudas para ellas o sus hijos. Las negamos una y otra vez.
Negamos hasta que nos toca, hasta que nos tocan. Negamos hasta que la violencia cae sobre una misma o sobra otra a la que queremos, a la que necesitamos proteger. Pero ya es tarde. Porque hemos negado a todas las demás. Nos hemos negado a nosotras y hemos dejado que la sociedad nos niegue.
Esto no acabará hasta que no les pongamos nombre y rostro a las mujeres que son asesinadas, violadas, agredidas, y abandonadas por un sistema salvaje que prefiere negarlas a reconocer que necesita una conciencia, una compasión que tiene por el agresor pero no por la mujer que es su víctima.
Por eso vamos a nombrarlas el próximo día 25 de Noviembre. Para no negarlas más. Porque nos faltan y porque merecen que las honremos como víctimas que son de un agresor que acabó con su vida, con su futuro y muchas veces con el de sus hijos e hijas.