Al parecer, Mohamed VI dará plantón a Pedro Sánchez en la Reunión de Alto Nivel entre Marruecos y España que este año se celebrará en Rabat.
Éste será el colofón de unos meses de desencuentro que profundizó Pablo Iglesias con su tuit en que se pedía “sin más demora” la “libre determinación del pueblo del Sahara Occidental”, el cual la monarquía alauí considera como propio. Posteriormente, el ministro Grande-Marlaska intentó, sin éxito resolver el problema de la inmigración ilegal de marroquíes a nuestro país.
No es éste, pues, el mejor momento de las relaciones con el vecino del sur de España que, entre otras cosas, está aislando (nunca mejor dicho) a nuestras islas Canarias, a las que dos leyes de los marroquíes “quitan” doscientas millas de aguas territoriales que les pertenecen.
A este tipo de agresión simbólica habría que añadir el mismo hecho de la inmigración ilegal, hasta hace poco contenida por Marruecos y que ahora “dirige” hacia Canarias, como los 16.000 migrantes llegados las últimas semanas, la mitad de ellos del país alauí. La edad de los nuevos refugiados y hasta la forma física que exhiben muchos de ellos ha dado pábulo a considerarlos como infiltrados del propio régimen marroquí.
No estamos hablando de certezas ni de problemas insolubles, más allá de la presión y el agobio sobre el archipiélago español, pero sí de un síntoma que se viene a unir a otros preocupantes, desde la pesca hasta la actual falta de representación diplomática en nuestro país vecino.
Es una postura de confrontación, con un país que tiene 175.000 efectivos militares y que podría llegar a los 400.000 con la movilización de reservistas y otras fuerzas. Lo importante no es el hecho en sí, dada la abrumadora superioridad del ejército español, pero sí el indicio de un país que se ha convertido ya en el primer cliente armamentístico de los Estados Unidos. Y, a mayor abundamiento, destina el 3,1% de su Presupuesto a cuestiones militares, frente a un menguante 1,3% de sus vecinos del norte.
No se trata de mostrar ninguna alarma, pero sí de exponer la incomodidad de una situación que los marroquíes no hacen más que agravar. Más allá de cualquiera otras consideraciones legítimas, la importancia de llevarnos bien con Marruecos debería ser, pues, una prioridad para nuestra diplomacia y dedicarle más esfuerzos y menos provocaciones.