Publio Virgilio Marón, sencillamente Virgilio, el gran Virgilio, el poeta romano de la Eneida, las Geórgicas o las Bucólicas, a quien los sabios renacentistas supieron entender como el puente de unión entre el cristianismo y la cultura clásica, escribe en la primera de las tres obras citadas una máxima, entre otras muchas, que tengo por divisa de ilusión frente al desastre de la maldita pandemia que nos asola. La recordaré para empezar en latín, y lo haré así por respeto a nuestra lengua madre, respeto que en estos tiempos tan ásperos algunos imbéciles desaprensivos niegan al castellano: “Durate et vosmet rebus servate secundis”, o sea, resistid y reservaos para días más felices, los cuales (y esto ya es de mi cosecha) antes o después volverán.

Volverán, sí. Pero en tanto lo hacen, la llama de la causa taurina la han mantenido encendida un puñado de diestros, con la pata siempre pa´lante, los ganaderos de bravo, cuyo sacrificio económico está siendo cuantioso, y algunos taurinos de pro. Y para mí que entre todos sobresalen Enrique Ponce y Victorino Martín.

Enrique Ponce o un récord más, y no un récord cualquiera. Porque  literalmente se ha echado sobre los hombros el peso de esta temporada fatídica, y además lo ha hecho dando la espalda al dinero. No sin cobrar, pero sí cobrando a tenor de lo que entraba en caja, que naturalmente era lo que era, cantidades que en diversas ocasiones apenas cubrían los gastos, ya que el aforo de las plazas de pueblo en que se ha desarrollado el ciclo de la Fundación del Toro de Lidia se vio severamente limitado por las medidas sanitarias.

Qué admirable la entrega de Ponce y, siguiendo su ejemplo, la de toreros como Emilio de Justo, Daniel Luque, Curro Díaz, Antonio Ferrera o Ginés Marín. No quisiera olvidar a ninguno, y en total, si mis cuentas resultan las debidas, estaríamos hablando de unos cuarenta diestros con un mínimo dos corridas, cerca de veinte con una y cuatro novilleros destacados: Francisco Montero, vestido de luces cinco tardes, El Rafi, en cuatro, y Tomás Rufo en tres, las mismas que Manuel Diosleguarde, el mirlo blanco del campo charro, categoría de esperanza que comparte con Antonio Grande y, a otro nivel, con los tres finalistas del ciclo de novilladas sin picadores de Castilla y León, de quienes me ocuparé en la tercera y última entrega de este balance.

Un balance, a mi entender, razonable que ha estado por encima, pero muy por encima de unas circunstancias que amenazaron con dejar en blanco, mejor dicho: en negro, la temporada. En total se han celebrado setenta corridas, nada menos que setenta, entre España, Francia y Portugal, sacadas adelante contra viento y marea, las cuales han puesto de manifiesto una capacidad de resistencia que abona las esperanzas. Pocas a las más de 450 de 2019, pero nada menos que setenta veces más que ninguna.

  

Los toreros son dueños de su destino, coda uno es libre de tomar las decisiones que considere oportunas. O sea, yo no entro ni salgo en la decisión de los diestros de la parte alta del escalafón que optaron por quedarse en casa, la pata pa´tras, más partidarios de sus intereses particulares que de los generales del toreo. Ninguna crítica, lo recalco. Pero conviene resaltar la disposición de los espadas que han pisado los ruedos durante la temporada del covid. 

El primero, ya digo, Enrique Ponce, que toreó dieciséis tardes; el segundo Emilio de Justo, que se apuntó a ocho; en tercer lugar, ex aequo, Daniel Luque y Curro Díaz, con siete; a continuación, con seis paseíllos, Juan Leal, Gómez del Pilar, El Fandi y Sebastián Castella, que se ha retirado dando la cara; después,  con cinco,  Manuel Escribano, Calita, Morante de la Puebla y Pablo Aguado. Y tras ellos, entre otros, con cuatro actuaciones Álvaro Lorenzo, Miguel Ángel Perera o El Juli, con tres Antonio Ferrera, José María Manzanares o Paco Ureña, con dos Finito de Córdoba, Cayetano, Octavio Chacón o Rubén Pinar y con una Alberto Lamelas, Javier Castaño y quince diestros más.

Diez corridas en plazas de primera, dieciséis en plazas de segunda y cuarenta y cuatro en plazas de tercera. Así anotado, no está mal. Ahora bien, esa impresión se deshace si nos centramos aquí: de las diez corridas en plazas de primera, ocho se celebraron en Francia y otra en Portugal, de modo y manera que España solo acogió una: la organizada el 12 de octubre en Córdoba por José María Garzón, un mano a mano en la cumbre de la calidad entre Juan Ortega y Morante de la Puebla, empresario que antes sacó adelante otra corrida estupenda en El Puerto de Santa María, donde acarteló a Ponce, Morante y Aguado y al que sus colegas de ANOET quisieron poner a chupa de dominé al abrirle un expediente sancionador, a mi entender absolutamente impresentable, que únicamente ha puesto de relieve su egoísmo y falta de iniciativas. Ellos constituyen uno de los males de la Fiesta, la cual no saldrá adelante si la renovación –ya inaplazable- no se extiende a su gremio y atajan  las gestiones cansinas que llevan años perpetrando.

En cuanto a Victorino Martín, qué bendición de hombre. Por fin ha tomado las riendas de la Fundación, entidad que iba a la deriva, un taurino con las tres virtudes imprescindibles en este momento tan peliagudo: ideas, empuje y generosidad. Lo primero, desde luego, las ideas, porque nada más peligroso que los hombres sin ideas pero con empuje (virgencita, virgencita, que se queden quietos). En segundo lugar las ganas de trabajar, ya que con ideas pero sin dedicación cualquier empresa está destinada a languidecer, arrastrarse y morir. Y por último la generosidad, propiedad distintiva de quienes predican con el ejemplo y contrapunto de nobleza frente a los gatuperios habituales. En fin, nada que ver con esos prohombres que, convocados a las reuniones de los diversos inventos supuestamente salvadores que hemos padecido (verbidesgracia, el Pentauro), cobraban las dietas hasta por duplicado, mejor lo dejamos. Victorino ha pagado de su bolsillo todos los gastos, ya de viajes, ya de comidas, ya de pernoctaciones.

De su cabeza y de su tiempo salió la Gira de la Reconstrucción, que a mi juicio marca un punto y aparte en muchos sentidos: dos toreros y cuatro toros, dos horas contadas de duración y un ajuste proporcional en el precio de los billetes. A ver si algunos se dejan de fantasías, porque las corridas interminables de tres toreros con sus respectivas cuadrillas y seis toros no son obligadas. Ni lo son ni lo fueron. Volvamos la vista atrás, que para muestra vale un ejemplo: Sevilla y 28 de septiembre de 1912, Rafael Gómez, “el divino calvo”,  alternativa a su hermano Joselito, de Gallo a Gallo con un modesto espada sevillano de testigo, Antonio Pazos, los tres viéndoselas con astados de Moreno Santamaría, que defraudaron.

¿Duración del festejo?

Pues tomen nota: una hora y veinte minutos, con una de las dos faenas de Joselito, el rey de los toreros, limitada a menos de tres minutos, concretamente la del burel de su doctorado, llamado “Caballero”, negro bragado y chico que gazapeaba sin querer embestir. ¿Para qué prolongar aquello? Las crónicas anotan cinco pases, cinco, ni uno más: dos naturales serios, uno de pecho  y sendos molinetes de circunstancias, rematados por un par de pinchazos y  una estocada delantera.

Lo repito, una hora y veinte minutos. ¿Qué relación guarda esto con las tres horas, minutos arriba, minutos abajo, de no pocas tardes isidriles?, tardes que caen a plomo en el ánimo de los aficionados. La fórmula de la Gira quizás sea la alternativa para los pueblos, y quién sabe, tal vez no solo para los pueblos. Eso sí, y conviene dejarlo muy claro: con el precio de los billetes reflejando esa reducción de dos toros, un torero y una cuadrilla. Una reducción que de ninguna manera puede admitirse que vaya en beneficio de ciertos empresarios, como sucedió con la última rebaja del IVA, por Simón Casas y diversos caraduras aplicada en su beneficio.

No está escrito lo que ha costado hacer realidad la Gira. Que yo sepa (y algo sé), Victorino Martín empezó a hilvanarla en lo más riguroso del confinamiento, y levantado este, las reuniones se sucedieron. Conciliábulos con los maestros, pláticas con sus colegas, tiras y aflojas con los apoderados, negociaciones con los sindicatos súper intransigentes de los subalternos, parlatorios con los del tejemaneje de la política. Muchos se hubieran dado por vencidos a la mitad de la tercera parte de tantas y tantas entrevistas a veces desarrolladas a cara de perro. Al final, aunque tarde, se obró el milagro y, cual sentencia el refranero, nunca es tarde si la dicha es buena.

A partir de este logro, a crecer.  Y en esa esperanza estamos: en la de que este año recién iniciado se confirme (en verano) la recuperación de las plazas de pueblo. Por ahí, por su abandono, creció la crisis, y por ahí tendría que cobrar consistencia la recuperación. Claro está, corrigiendo lo que sea menester, porque nada nace perfecto y se hace camino al andar (Machado dixit).

En definitiva, Enrique Ponce y Victorino Martín han sido las figuras del año de la pandemia. A su lado, los diestros más arriba citados y el conjunto de  los ganaderos de bravo, héroes de la ecología y el animalismo. Es impresionante la riqueza y los paraísos que los ganaderos de bravo están salvaguardando a cota de su patrimonio. Se lo merecen todo y las administraciones no pueden dejarlos en la estacada, que ya vale de calderillas y postureos. Es la hora de concretar apoyos de consistencia sin pérdida de más tiempo. Acaba de anunciarse la suspensión del festival de Valero y el Carnaval del Toro mirobrigense, esto pinta fatal y hay muchos hierros al borde de la extinción.

Por último y cambiando de tercio, no quiero dejarme en el tintero dos aportaciones culturales a mí entender de fuste:

Una: la reaparición en papel de Aplausos, la histórica revista taurina valenciana, de proyección planetaria y a la altura de las mejores a lo largo y ancho dela historia del periodismo taurino. Bajo la dirección de José Luis Benlloch, Aplausos ha puesto en los kioscos un número especial estupendo, imprescindible, ameno y completísimo.

Y dos: la publicación de “La Fiesta al pie de la letra”, libro que he preparado desde la dirección del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, dirección de la que ya estoy saliendo. Dedicado a los actuales cronistas taurinos castellanos y leoneses, considerados provincia a provincia, es la primera vez (y ya era hora) de que esa literatura, marcada por la emoción del instante, recibiera el reconocimiento intelectual y académico debido.

 No se pierdan Aplausos ni La Fiesta al pie de la letra,  tapabocas de incultos y detentes de la ignorancia en ilustración de la Fiesta para mayor gloria de la cultura taurina. Noticias vibrantes, reportajes cumplidos y literatura en puntas. Ponce y Victorino, Victorino y Ponce.