Aunque muchos no quieran verlo, a quien peor le va a sentar el legado de Donald Trump es al propio Partido Republicano. Hace cuatro años, Trump se hizo con la candidatura de la formación a pesar de tener en contra a la dirección del partido, que se vio obligado a sumarse a su candidatura y posterior triunfo electoral.
Tras su caótico y atrabiliario final presidencial, ya no cuenta nada de lo bueno que haya podido hacer el inquilino saliente de la Casa Blanca durante su mandato, desde sus iniciales éxitos económicos y de pleno empleo hasta una política exterior en que frenó a China y logró acuerdos en Oriente Medio.
Su falta de respeto a todas las normas democráticas ha dejado un país enfermo —y no sólo de la pandemia—, con una sociedad brutalmente dividida y cantidad de ejemplos de cómo no se debe gobernar un país.
Empezó su presidencia haciendo gala de nepotismo, colocando a familiares y allegados en puestos clave; luego se dedicó a cesar a los discrepantes que el mismo había nombrado; utilizó las redes sociales en vez de los cauces parlamentarios y usó para ello un lenguaje soez y despreciativo de sus rivales políticos, medios de comunicación y adversarios en general. Pero el colmo de todos los colmos ha sido no aceptar los resultados electorales y animar a la disidencia para ocupar el Capitolio.
El Partido Republicano, que se aprovechó de su popularidad —ha tenido más votantes que hace cuatro años—, ahora encuentra en él una rémora que puede despeñarle en sus propios desvaríos. Trump no sólo ha escindido el país en dos, sino que corre el riesgo de hacer lo propio con el partido con que ha gobernado en la Casa Blanca: hay unos republicanos ultramontanos, que buscan el voto de los desquiciados sociales, y otros que quieren volver a las esencias de la democracia parlamentaria. ¿Podrán superar ese abismal desencuentro?
Lo más probable es que el Partido Republicano no levante cabeza en mucho tiempo. Eso no es algo, sin embargo, que deba tranquilizar al nuevo presidente, Joe Biden, porque podría propiciar un movimiento pendular y revanchista de los radicales demócratas, con lo que así no se sanaría un país que, por desgracia, Trump ha dejado irreconocible.