Taurinamente ha sido terrible la temporada de 2020, sometida a una pandemia que causó y sigue causando estragos en todas las actividades y en todo el mundo y que, por desgracia, ya está poniendo en cuarentena el comienzo de esta. Yo me las prometía muy felices en enero del año pasado.
Qué arranque tan prometedor el del festival de Valero, el Carnaval del Toro mirobrigense, la feria de Valdemorillo y los dos festivales de Tauroemoción: los de Aranda de Duero en homenaje a los cirujanos taurinos (Morante, Manzanares, Cayetano, Emilio de Justo, Pablo Aguado y El Rafi frente a novilllos de García Jiménez) y Arroyo de la Encomienda, con El Rafi indultando a “Cerecillo” de Manuel Criado (intervinieron El Fandi, Cayetano, Emilio de Justo, Pablo Aguado y Toñete), festival este que a lo largo de sus seis años de historia ha deparado cincuenta y seis mil euros a causas benéficas (nada que ver con las aportaciones maléficas de los anti taurinos).
Pero con la Fiesta lanzada, de golpe y porrazo se nos vino encima la calamidad de la Covid 19 y el mazazo del confinamiento, una tras otra suspendidas todas las ferias, hasta el extremo de que cobró consistencia la nefasta posibilidad de que la temporada transcurriera en blanco. Sin embargo, al cabo de los meses se produjo un atisbo de recuperación y, finalmente, algo se ha hecho. Lo suficiente, creo yo, para mantener encendida la vela taurina, lo único a lo que podíamos aspirar, porque con la vela apagada a saber quién, cómo y cuándo hubiera vuelto a prender.
Así las cosas, ¿cuál ha sido el balance de Castilla y León?
El primer brote verde
Tras el estado de alarma y los meses inacabables de confinamiento domiciliario, la pata pa´lante la echaron, y conviene reconocer la valentía del gesto, el ayuntamiento de Ávila y José Montes, gerente de Promociones Guadalquivir, empresa manchega y empresario discutidísimo, ex torero (formado en la Escuela de Toledo), ganadero y apoderado, quien sorpresivamente ganó la partida a Martín Perrino en el último instante. En fin, lo cierto es que Montes programó una feria como en Ávila llevaba años sin verse: una tarde de recortes el 17 de julio y dos corridas de carácter muy distinto: “torista” y muy interesante la primera, con astados de Adolfo Martín para Morenito de Aranda, Octavio Chacón y Manuel Escribano; y a mi entender inaceptable la segunda, con bureles de Vellosino para Finito de Córdoba, Alberto López Simón y el mexicano Ernesto Javier “Calita”.
¿Y por qué “inaceptable”?
No quiero ofender a nadie, pero soy partidario acérrimo de una regla de oro que, mientras fue respetada, rindió buenos frutos, como saben en Francia, donde la mantienen: los contratos se ganan en la plaza. Aquí, sin embargo, muchos empresarios se la pasan por el arco del triunfo. Y eso, a mi juicio, constituye uno de los males de la tauromaquia de nuestros días. Nada que objetar, nada de nada, a Finito de Córdoba, cuyo toreo es de muchos quilates; nada que objetar a Alberto López Simón, diestro con altibajos, pero asimismo con capacidad de superación; nada que objetar a Calita, al que he tenido la fortuna de ver en México, muy entonado con el toro de allí y lógicamente en período de adaptación con el de aquí. Es más, defiendo este tipo de combinaciones: un espada veterano en maestro, un joven matador que está en la pelea y un novísimo valor del otro lado del mar que nos une.
¿Entonces?
Pues está bien claro: con una estruendosa lista de quisicosas en su haber, esa divisa de ninguna manera merecía abrir la temporada del año de la Covid 19. Cómo si no se contara con vacadas para elegir. Insisto: los contratos tendrían que ganarse o perderse en las plazas.
Y sigamos con la verdad por delante, porque solo desde la verdad se escarmienta: las entradas abulenses fueron decepcionantes. Exigua la de recortes, floja la del sábado y únicamente con que aceptable la del domingo. A la vista de las circunstancias, era inevitable.
¿Por los carteles, por el empresario?
Ni por los carteles ni por el empresario, que cumplió con creces. Pero a cada cual lo suyo, ya sea para bien o para peor: la responsabilidad atañe a la Junta de Castilla y León, que acumuló una sucesión de trabas administrativas que hubieran disuadido a cualquiera. De hecho, la corrida del sábado estuvo en cuarentena hasta un par de horas antes del paseíllo, con los toreros en el hotel sin vestirse. En esas condiciones, lo raro fue que en los tendidos nos diésemos cita unos pocos miles de aficionados. Con casi todo en contra, qué cabía esperar. Mal, muy mal. Se dan los permisos, con las limitaciones que sean menester, o no se dan, comunicándolo con la antelación necesaria. Pero las pusilanimidades perjudican a todos y carecen de justificación.
Ya vale
¿A qué responden las exigencias desmedidas que se han venido aplicando a la Fiesta?
En El Puerto de Santa María, pongo por caso, se le armó la mundial a Garzón por organizar una gran corrida, pero luego se demostró que Garzón había cumplido con todas las medidas dictadas por la Junta de Andalucía. Sin embargo, poco después y en el mismo escenario Miguel Poveda se lució en un concierto multitudinario en el que las medidas de seguridad estuvieron, comparativamente, muy relajadas. ¿Cómo y a cuento de qué?
¿Por qué se dieron a puerta cerrada en Medina del Campo las dos últimas novilladas del estupendísimo ciclo de la Junta y la Fundación del Toro? En la mañana dominical de la última cita los alrededores del coso acogieron un mercadillo popular atiborrado de gente que se saltaba a la torera las distancias de seguridad y que hacía abstracción de las mascarillas. No discuto ni discutiré las medidas que las autoridades dispongan en prevención de los contagios, me gusten o me disgusten y aunque a veces no las entienda, pero alguien tendría que explicar por qué se aplican con más rigor en las novilladas o en las corridas que en conciertos o mercadillos.
¿El complejito y los temores de siempre?
Lo cierto fue que cada petición de permiso era recibida con un rosario de dificultades cambiantes. Hoy un aforo, mañana otro. Por la mañana, sí; al mediodía, no; por la tarde, tal vez. Y las consecuencias, de haberlas, se advertía que serían responsabilidad exclusiva de los alcaldes que se atrevieran, que naturalmente no se atrevieron. De esta manera, sin necesidad de prohibirlas, pueblo a pueblo se sucedieron las cancelaciones.
Más brotes verdes
De hecho, sólo salieron adelante la corrida de El Espinar (Segovia), que discurrió de la mano experta de Rafael Ayuso, y la feria de Astorga (León), recuperada (y osadamente ampliada) por Julio Norte, donde se aplicaron al pie de la letras unas medidas preventivas que los aficionados observaron de buen talante y no pasó nada. Mejor dicho, pasó mucho: que las corridas transcurrieron con plena normalidad sin que se rastreara el menor atisbo de contagios. Respecto a El Espinar, ya escribí mi opinión en estas mismas páginas digitales, y tengo que repetirme, porque yo soy el mismo y no cambio de parecer según sople el viento: Paco Ureña se confirmó inmenso, Toñete se mostró sin sitio, los toros estuvieron muy por encima de los habitualmente lidiados en estas plazas, se colgó el cartel de “no hay billetes” y la empresa cumplió a pedir de boca.
No estuve en Astorga, y no suelo opinar sin conocimiento de causa, pero amigos de absoluta garantía me han dado cuenta de unas entradas medianas, circunstancia que tal vez pesara tanto o incluso más que las “advertencias de las autoridades” en la suspensión de la corrida de rejones, la tercera del ciclo (Andy Cartagena, Sergio Galán y Guillermo Hermoso de Mendoza). Y esos mismos amigos me han insistido en que discrepaban del indulto de un toro de El Pilar, el primero de la llamada “nueva normalidad, obtenido (para regocijo de Moisés Fraile, que lo pidió con entusiasmo y festejó con algarabía) por el peruano Joaquín Galdós, diestro al que yo valoro mucho y al que tuve suerte de ver en Acho cuando se alzó con el único Escapulario de Oro que por ahora atesora, ganándoselo a Roca Rey, unidos y desunidos ambos diestros por una rivalidad que en Lima levanta pasiones y en todo el país ha revitalizado a la Fiesta. El triunfador en Astorga fue Juan Leal, otro de esa camada de toreros jóvenes que están al asalto del escalafón.
En definitiva, Ávila, El Espinar y Astorga demostraron que a pesar de tantos pesares era posible dar toros, y esa evidencia, confirmada en El Puerto de Santa María y en Córdoba, tendría que imponerse para esta temporada, porque un 2021 sin corridas sería fatal. Hay elementos a favor y en contra.
A favor y en contra
Lo más estimulante, a mi juicio, es la aceptación popular de la Fiesta, aceptación confirmada por los datos de seguimiento obtenidos por las cadenas autonómicas que han retransmitido festejos, incluida la de aquí, con Carlos Martín Santoyo al frente de un equipo que obtuvo un éxito más que notable. “A los toros no hay que defenderlos, hay que explicarlos”, he oído decir a Morante, y ahí descansa la clave de las retransmisiones, con los comentaristas haciéndose insoportables al no cesar de pontificar o con los comentaristas explicando lo que necesita ser explicado con sencillez y sin adornarse. El Capea, por ejemplo, estuvo sembrado.
Las retransmisiones empezaron por las semifinales, respectivamente jugadas en Villoría (Salamanca), donde se proclamó finalista a Ismael Martín, a la postre el ganador, y Cantalejo (Segovia), con Sergio Rodríguez y Daniel Medina como triunfadores. Pues bien, los cuarenta mil espectadores enganchados a CyLTV durante la primera novillada subieron hasta sesenta mil en la segunda, llegaron a ochenta mil en la novillada con picadores de Guijuelo (la enésima confirmación de la solidez de Manuel Diosleguarde y Antonio Grande) y en Medina del Campo rebasaron el número mágico de cien mil, con el desafío ganadero por encima de los ciento treinta mil.
Las evidencias no pueden negarse: cuarenta mil, sesenta mil, ochenta mil, ciento diez mil y más de ciento treinta mil televidentes constituyen realidades aplastantes, y más teniendo en cuenta que se trató de novilladas sin picadores y con picadores, no de corridas postineras. ¿Cuántos partidos juveniles del deporte que se quiera rozarían seguimientos, ni de lejos, semejantes?
Por ese lado, tenemos razones para el optimismo. Mas esas razones, no nos engañemos, son insuficientes.
¿Qué destino aguarda a las ganaderías? Calibrando por abajo la magnitud del desastre, en las vacadas se ha impuesto una reducción drástica, de hasta setecientos animales en una de las más importantes (para qué dar nombres) y con un promedio del cincuenta/sesenta por ciento de las madres enviadas al matadero. ¿Hasta cuándo podrán aguantar los ganaderos? Un cinqueño conlleva cuatro o cinco euros mil de gastos, cantidad que multiplicada por veinte, cuarenta o sesenta, arroja un balance inasumible.
Además, ¿cuándo entrarán en razón los subalternos? Obstinarse en corridas y novilladas de seis toros con dos picadores y tres banderilleros por cuadrilla en las plazas de tercera y en bastantes de segunda, eso significa apostar por un modelo agotado que es tan insostenible como su intransigencia con los derechos de imagen televisivos. Y del mismo modo, que se despidan los toreros de cachés por las nubes. En el común de los espectáculos culturales se va a taquilla, y no existe alternativa. Bueno, sí existe: quedarse en casa para hincharse a torear de salón.
En definitiva, ¿optimismo o pesimismo? Pues ni lo uno ni lo otro. Sencillamente yo albergo la esperanza de que, como siempre, la Fiesta sepa adaptarse. Y me afirmo en aquel verso sentencioso de Antonio Machado: “se hace camino al andar”, o sea, la pata pa´lante”.