Estamos en un Estado de Derecho, por supuesto social y democrático, pero en el que manda o debe mandar la Ley. Si bien, ésta ¿Quién la interpreta y aplica y por tanto la hace cumplir? Digo todo esto a raíz de la resolución del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, que anula lo dispuesto por el Gobierno Vasco y autoriza a abrir la hostelería en dicha comunidad.
Ello puede tener un efecto multiplicador respecto a otras comunidades autónomas que están también pendientes de decisiones similares de sus tribunales, con lo que lo decidido por los gobiernos respectivos puede quedar en agua de borrajas. Si bien, mientras tanto, se están adoptando medidas tecnológicas a tono con los tiempos, pero de una complicación inusual, como es descargarse una aplicación a través del móvil, que va a producir situaciones complejas para quienes solo aspiran a tomarse un café o una cerveza. Y no digamos ya pedir una carta que no existe o pagar por contactless, o sea que, para degustar en un bar o restaurante, habrá que hacer un curso de tecnología digital.
Desde luego, el problema no es menor y la situación puede ser un: hasta aquí hemos llegado, y poner en cuestión las decisiones políticas frente a las judiciales que, guste o no, tienen la última palabra.
Pero, a su vez, ¿Quién manda en la justicia? Porque puede darse el caso que los tribunales respectivos no estén de acuerdo y vayan cada uno por su lado. Se dirá que para ello está el Tribunal Supremo, que entre sus funciones está la “unificación de doctrina”, y es verdad. Pero ¿Quién va a esperar a que el Supremo unifique la doctrina? Los pintxos ya se habrán pasado y sus comensales habrán perdido la paciencia.
En fin, no está mal que la justicia actúe y no solo para reprimir, que también, sino para tutelar aquellos derechos que se consideren vulnerados y, en primer lugar, los básicos, históricos o fundamentales, como ahora se llaman, cuando, además, como acertadamente señala el Tribunal Vasco, no se justifica suficientemente la gravedad de la medida ni se precisan sus límites temporales.
Podría decirse que “con la justicia hemos topado, amigo Sancho”. Lo que en nuestro caso es lo natural y obligado.
Ante este panorama vienen a mi recuerdo los siempre eternos y oportunos versos de Miguel Hernández, que no necesitan adición alguna: Puerta cerrada, taberna encendida: nadie encarcela sus libres licores. Atravesada del hambre y la vida, sigue en sus flores.