Por la fuerza de la costumbre y por el peso de la gramática iba a titular “que nazcan niños”, pero me he corregido a tiempo para no ser acusado de misoginia, machismo y no sé cuántas cosas más.
El tema del artículo no va, sin embargo, de identidad de género, sino de la falta de criaturas en nuestro país. Ahora que está de moda hablar de la España vaciada vale la pena hablar también de la España envejecida y sin relevo generacional, lo que algunos estudiosos del tema, como Alejandro Macarrón, llaman el suicidio demográfico.
Al parecer el asunto no es de fácil solución, ya que el que tengamos una de las esperanzas de vida más altas del mundo sería una bendición colectiva si se repusiese esa población en edad de descansar de una vida de agobios. Y no es así. No nacen niños.
Hasta ahora, la reposición poblacional la ha aportado la tan traída y llevada inmigración, si se sabe quién viene y para qué, y no para ser subsidiada a su vez. Con la paradoja, además, que convive con una de las tasas de paro más altas del llamado mundo desarrollado.
¿Por qué, pues, se aboga por una mayor natalidad y no dejar el asunto sólo en manos de la migración? No por ninguna razón racista o xenófoba, sino porque esos emigrantes ya talluditos llegarán a su vez a la edad de la jubilación y habrá que seguir reponiéndolos. Y aunque es ineluctable que en unas décadas Europa se africanice por la presión estadística de unos países con mayor natalidad que los nuestros —eso es algo que debemos aceptar sin rasgarnos las vestiduras—, no resulta suficiente si no aumenta también el número de nacimientos autóctonos, sin necesidad de acudir para ello a aquellos premios a las familias
supernumerosas del franquismo.
Hablábamos de paradojas, de un país sin jóvenes y que además se ven obligados a emigrar a su vez ante la falta de expectativas laborales para sus cualificaciones académicas.
Si no conseguimos evitar que el paro se retroalimente y crear estímulos para el empleo de los jóvenes, de nada valdrá fomentar el nacimiento de niños y de niñas. Habrá que abogar por la natalidad, sí, pero acompañada por una política de empleabilidad que evite añadir la sangría de la emigración al suicidio demográfico.