Si yo fuese amigo de Pablo Iglesias me lo haría mirar. Gran parte de sus colegas de primera hora —Carolina Bescansa, Rita Maestre, Ramón Espinar, Luis Alegre,…— están fuera de la dirección de Podemos pese a haber formado parte de su núcleo duro inicial. Y es que las filias y las fobias del recién dimitido Vicepresidente son difíciles de predecir.
Otros, como la líder de Izquierda Anticapitalista, Teresa Rodríguez, le han llamado de todo menos bonito y algunos, como Íñigo Errejón no han querido ir en lista común con él conociendo cómo se las gasta y que podía darle el bocado del tiburón en cualquier momento.
Contrasta esta falta de empatía en lo individual con el glamour colectivo que todavía conserva. Es un encanto y un atractivo, el suyo, que le permite cambiar de principios como de amigos sin que sus bases electorales se lo reprochen. Así sucedió cuando decidió subir el salario de los cargos públicos del partido o mudarse a Galapagar cuando siempre dijo que los políticos debían permanecer en el barrio al que pertenecían.
Esa inestabilidad de afectos alcanza hasta a sus propias tareas políticas, cuyo ejercicio constante debe producirle un hastío semejante al de sus amistades. Sólo así se explica el dejar un puesto de relumbrón para zafarse en el cuerpo a cuerpo con el objeto de cambiar, todo lo más, una vicepresidencia segunda de ámbito nacional por otra similar a escala regional, en el caso improbable de una victoria de la izquierda en Madrid.
Esta inestabilidad, sin embargo, acabará pasándole factura, por mucho que disfrute —y lo haga bien— en el cruce de insultos mitineros frente al aburrimiento que le produce la poltrona electoral.
Por eso, por la imprevisibilidad del líder, en lo que queda de la vieja y de la nueva cúpula de Unidas Podemos, se ve con preocupación la deriva política de Pablo Iglesias, aunque no se haya alzado una voz en contra. Y es que los amigos del superjefe, aun reconociendo que es un activo electoral de primera, y aunque lo nieguen en público, en privado sí que se lo están haciendo mirar.