Una dosis de vacuna que nunca llega o la palabrería en tiempos de pandemia
La vacunación contra el coronavirus, más si cabe, ha comenzado a copar la actualidad en los últimos días. Las grandes remesas que están llegando y que, por fin, dan pie a la posibilidad de lo que se ha llamado “vacunación masiva” suponen un punto de esperanza para una pandemia que ya acumula más de un año restando días a un calendario inacabable. Bueno, quizás si se puedan ver ya las últimas hojas de este después de que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, haya anunciado que en agosto se alcanzará la famosa cifra de 70% de personas inmunizadas.
Sin embargo, estas palabras, lejos de querer ver un final o poner sobre la mesa unos hechos que todavía están por venir, lo que quieren es poner de relieve un problema actual y real que choca precisamente con lo que se ha vivido. Y es que mientras nos hartamos de hablar de nuevos cierres, también de los que inevitablemente vendrán; o de las olas y las mareas de contagios; es tremendamente injusto, y lo digo desde el punto de vista más personal que tengo, que se hable de vacunación masiva en ciertas edades cuando otras de fases anteriores todavía no lo hayan hecho.
Es el caso de mi abuela. 91 años, dependiente. Más de un año, como todos, viviendo una pandemia de la que posiblemente tampoco se entere muy bien. Gracias por ello porque no creo que fuera plato de buen gusto saber que toda la población de 80 a 89 años ya está llamada a vacunarse. Una vacunación masiva, por cierto, convocada por WhatsApp, Twitter, Instagram o Facebook. Sí, para mayores de 80 años. Pero no es el tema.
Sí lo es que no parezca haber solución para una señora de 91 años que ya debería estar vacunada y además haya que soportar comentarios de los dirigentes políticos como “Castilla y León tiene la capacidad de vacunar a un tercio de su población al mes”. Palabra del presidente, Alfonso Fernández Mañueco. Y mientras, en las llamadas casi diarias para conocer el proceso de esta dosis que le toca porque así se dijo se enfrenta también a palabras directas como “no tenemos vacunas ahora” o “¿pero todavía no está vacunada?” de alguien que posiblemente no tenga nada que ver en este proceso y solo puede salir del paso con la misma sorpresa que la mía. Por ello quizás sea más inadmisible las palabras indirectas en ruedas de prensa en las que se saca pecho por la marcha de la vacunación o por defender vidas en vez de estar pensando en si mi hijo puede ir al fútbol o yo podré ir al bar. También por ir de la mano de los datos, como se nos dijo tras la Navidad, o aprender de esos mismos datos para hacer lo contrario en Semana Santa e ir contra ellos al menos en la mayoría de las zonas y provincias. Pues bien, esto también son datos.
Esta señora, que más que un familiar mío es alguien que lleva sin poder ver a muchos de sus nietos durante todo el tiempo y, de manera recíproca, sin que sus nietos puedan disfrutar de su ella. Que además es una cumplidora moral de todas las restricciones, yendo un paso más allá de la propia legalidad como por ejemplo en la famosa Navidad, ha tenido que soportar también que ella no tenga todavía un pinchazo pese a que los servicios sanitarios ya han acudido al mismo edificio en el que vive desde que yo tengo uso de razón para vacunar a un vecino del que solo le separaba apenas una pared. Un vecino que, además, trágicamente ya ha fallecido.
Y mientras esto ocurre, de un caso que me encantaría que fuera aislado por un error humano subsanable, la vacunación avanza para bien de la sociedad pero dejando a personas atrás. Porque aunque me encantaría que fuera así, no lo creo. Y atrás quedan personas vulnerables, que han peleado con su alma por sobrevivir, otra vez, a un tiempo muy duro. Que han peleado con ese alma que también se están dejando cada día que pasa por una soledad responsable que, por suerte, pueden romper sus hijos de vez en cuando porque todos residen en la provincia de Salamanca. Siempre desde la distancia, claro, y desde la famosa lealtad de la que también llevan hablando nuestros dirigentes por las guerras continuas entre unos y otros. Lealtad que también se debe tener con la población.