El 23 de abril de 1521 aconteció uno de los episodios más tristes de la historia castellana, y leonesa, como fue la derrota de Villalar. Desde 1976, los habitantes de esta doble región/Comunidad, olvidada y olvidadiza, conmemora un fracaso como la representación de lo que buscan y, después de cinco siglos –concretamente se cumple este el año el V aniversario-, aún no han encontrado, a pesar del Estatuto y de la Junta de Castilla y León, del PSOE y del PP. La revuelta de los Comuneros, que comenzó como un movimiento urbano contra el poder real y nobiliario, se extendió por pueblos y aldeas castellanas, y también leonesas, generalizándose más el carácter popular del levantamiento comunero.
Aquella revuelta de Castilla –en el más amplio sentido de reino- la originó la llegada de un niño extranjero a la Corte, Carlos I de España y V de Alemania, que nació en Gante en febrero de 1500 y con apenas 17 años, tras la muerte de su abuelo, Fernando el Católico, desembarcó en la Península para hacerse cargo de la corona castellana sin apenas conocer el idioma español-. Con él llegó toda su camarilla de señores, ajenos a la vida y a la lengua de estas tierras, y a pesar de ciertas opiniones, fue un movimiento más progresista que reaccionario. Soy de la opinión de Martínez Marina, un clérigo diputado de las Cortes de Cádiz, en el sentido de que la revuelta castellana contra la Casa de Austria y sus cortesanos, fue “el último suspiro de la libertad castellana”, ahogada también por el mandato anterior, autoritario, racista para nuestros días de los Reyes Católicos, y el clero reaccionario e inquisitorial, representado por un fraile castellano, confesor de la reina Isabel, calavera, tétrico, iluminado y paranoico como fue el primer inquisidor general de Castilla y Aragón en el siglo XV, Tomás de Torquemada.
En 1976, un grupo de castellanos, reivindicativos y amantes de la estepa, como Candeal y el ‘primer’ Nuevo Mester, auspiciados por el Instituto Castellano y Leonés, comenzaron a reivindicar la efeméride del 23 de abril en el lugar donde “fueron derrotados los que hace siglos nos anticiparon en la lucha por las libertades”, según asegura el catedrático de Historia Medieval Julio Valdeón. Los que allí acudían iban motivados por la búsqueda de la identidad regional, como la tenían vascos, gallegos y catalanes. Castilla, madrastra de ‘as españas’, tiene, más que ninguna, identidad social y cultural que le ofrece, en su amplia extensión geográfica –junto al Viejo Reino de León- a pesar de las divisiones administrativas actuales -,unidad e igualdad diferencial en la que sobresale su idioma, el español o castellano, como quiera llamarse.
Después de tantos siglos de derrota e iguales años de reivindicación, Castilla y León aún buscan su identidad como pueblo que perdió hace muchos lustros y, aún al día de hoy, necesita recuperar. En el ánimo de todos –aunque parece que no de los que mandan- está hacer de los viejos reinos de Castilla y de León una nación o naciones que miren con confianza al futuro y se sientan orgullosas como pueblos de sus raíces pasadas.
Mil quinientos veintiuno,
y en abril para más señas,
en Villalar ajustician
quienes justicia pidieran.
¡Malditos sean aquellos
que firmaron la sentencia!
¡Maldiga el cielo a Cornejo,
alcalde de mala ciencia,
y a Salmerón y a García,
y al escribano Madera,
y la maldición alcance
a toda su descendencia,
que herederos suyos son
los que ajusticiar quisieran
al que luchó por el pueblo
y perdió tan justa guerra!
Desde entonces, ya Castilla
no se ha vuelto a levantar,
en manos de rey bastardo
o de regente falaz.
Luis López Álvarez