El apresamiento de los jefes comuneros
23 de abril de 1521, en el lugar llamado “Puente el Fierro”, en las proximidades de Villalar, la lucha ya había cesado entre las tropas realistas y las huestes comuneras cuando, con su infantería, llegaba el IV condestable de Castilla, Fadrique Enríquez de Velasco. El enfrentamiento no había durado mucho, menos de lo inicialmente previsto. La caballería leal al rey y emperador, había dado buena cuenta de las desorganizadas y aterradas milicias de la Comunidad. Muchos se habían rendido –entre mil y seis mil hombres-, algunos huían hacia Toro intentando salvarse en un empeño desesperado por encontrar refugio, unos pocos se escondían en Villalar, otros tantos habían desertado, finalmente, en el campo de batalla yacían muertos los que se habían decidido por plantar resistencia –según el recuento de diversas fuentes, se calcula que entre doscientos y mil hombres entre ambos bandos-. Los capitanes Francisco Maldonado, Juan Bravo y Juan de Padilla, habían sido apresados, no sin ofrecer pelea.
La jornada había sido agotadora para los comuneros, el día era desapacible y desgraciado desde sus albores, cuando al amanecer, salían de la seguridad de la fortaleza de Torrelobatón buscando ganar Toro. La lluvia, pertinaz e insistente, en algunos momentos muy intensa, había anegado la vía de escape, dificultando la caótica y desesperada maniobra de retirada. Juan de Padilla, a la sazón jefe militar de su tropa, intentaba mantener el orden y la disciplina, pero no conseguía que sus órdenes fueran debidamente obedecidas. Quizás el terror de sus hombres por verse alcanzados por sus perseguidores, convertían en vanos los esfuerzos por imponer la disciplina, o quizás la mala comunicación, dadas las condiciones meteorológicas, entre la vanguardia y la retaguardia impidieran un repliegue satisfactorio. Sea como fuere, la suerte estaba echada desde el comienzo, puesto que la distancia a recorrer en la precipitada marcha se antojaba una empresa casi imposible. Los casi cincuenta kilómetros entre Torre de Lobatón y la villa toresana era demasiado camino a seguir.
Todo hacia presagiar un inminente encuentro. Padilla, muy consciente de ello, intentó desplegar su artillería e infantería a la altura de Vega de Valdetronco, antes de llegar a Villalar, pero le fue imposible imponer su estrategia. Su vanguardia estaba queriendo llegar a Villalar para disponerse, en mejores condiciones de defensa, para el desigual combate. Así pues, la batalla se libraría en el mejor de los escenarios posibles para los realistas, en las estribaciones de los montes Torozos, a medio camino entre Marzales y Villalar, que se avistaba apenas a dos kilómetros de distancia. La segura derrota era el único resultado posible en desenlace del enfrentamiento. Ya nada ni nadie podrían cambiar el rumbo de los acontecimientos.
El primero en caer prisionero fue Francisco Maldonado, señor del concejo de El Maderal (Zamora). Fue capturado por un viejo conocido suyo en anteriores peleas, Francés de Beaumont, hijo primogénito del canciller mayor de Navarra, nombrado por Carlos I corregidor de Asturias (1517-1520), recompensado por sus servicios con el hábito de la Orden de Santiago (1518). El día 21 del anterior mes de febrero, había sido apresado por los comuneros en la toma de Torre de Lobatón, pero se le había respetado la vida. En aquel momento Maldonado había sumado sus fuerzas a las de Acuña y Padilla en aquella operación militar.
Después sería hecho cautivo Juan Bravo, hijo del alcaide de la fortaleza de Atienza (Guadalajara) y nieto del conde de Monteagudo por línea materna, de manera que era primo de María Pacheco, viuda de Padilla. De esta cercana relación nacería una leal y sincera amistad entre los dos capitanes comuneros. Alonso Ruiz Herrera, cuerallano de origen, destacado hombre de armas de la capitanía de Don Diego de Castilla, que iba delante del alférez Hernando de Salas que era el portaestandarte, se encargó de neutralizar al bravo líder. Durante el encuentro, Bravo se defendió valientemente, pero finalmente sería desmontado de su caballo y subido al de Alonso, que había sido herido. Fue llevado ante la presencia del III almirante de Castilla, Iñigo Fernández de Velasco, IV conde de Haro, II duque de Frías, que ya había recibido de manos de Carlos I el Toisón de Oro. Alonso Ruiz, por el singular hecho del apresamiento de Bravo, sería recompensado económicamente con una cantidad de aproximadamente ochenta mil maravedíes.
El último en caer preso fue Juan de Padilla, regidor de Toledo y, desde 1517 capitán general del reino. Era el yerno de Iñigo López de Mendoza, I marqués de Mondéjar y II conde de Tendilla. En un vano intento de reorganizar su maltrecha tropa, dando órdenes y voces a los suyos, luchó con hidalguía y arrojo, pero con la misma suerte que sus compañeros de patíbulo. Alonso de la Cueva II, miembro de la casa ducal de Alburquerque, y hermano de Luis de la Cueva y Toledo, ambos hijos del II duque, Francisco I Fernández de la Cueva y Mendoza, y nietos del famosísimo Beltrán de la Cueva y Mercado, que inauguraría el ducado, fue quien tuvo el honor de capturarle. Durante su apresamiento derribaría al “grueso” y poco fino de figura, de mejillas rosadas –según cronistas de la época- Don Pedro González de Bazán, III vizconde de Valduerna, que llegaba montado a la jineta. Es, sin duda, una imagen grotesca y poco agraciada del susodicho caballero.
Los tres ya apresados fueron trasladados y custodiados hasta la cercana fortaleza de Villalbarba. Al día siguiente, Don Pedro de la Cueva y Velasco, señor de Torregalindo, hermanastro de los anteriores, comendador mayor de la Orden Alcántara, recogería a los reos y los trasladaría a Villalar para su inmediata ejecución.
El 24 de abril, en la plaza Mayor de Villalar, se cumpliría la sentencia.