Tras el alto el fuego entre Israel y los palestinos de Gaza ambos se consideran vencedores. Las razones del Estado israelí, haber diezmado la operatividad de la guerrilla Hamas y haber frenado su ofensiva. Las de los guerrilleros palestinos, haber alcanzado el centro de Israel con sus misiles teledirigidos.
No son pocas ni malas razones para presumir de una victoria, sobre todo del lado palestino, al margen del éxito del relato y de la favorable opinión pública internacional, ya que han conseguido montar al menos 4.000 cohetes y hacerlos efectivos pese al control de la región, la pobreza de la franja y a que sus habitantes no tienen ni para comer.
Pero unos y otros no recuerdan a los perdedores de la contienda, que son todos. Del lado hebreo, una población asustada en el miedo a cualquier ofensiva mortífera de sus vecinos. Del lado gazatí unas masas que no salen de la miseria y que son el escudo protector de las milicias terroristas de Hamás.
Es lo malo de los conflictos, que a nadie interesan los perdedores. Sucede lo mismo, aunque a otra escala, en la reciente invasión migratoria de Ceuta por miles de marroquíes. Tras días de descontrol, las autoridades españolas se felicitan por haber puesto fin a la invasión, con la imprescindible ayuda de sus vecinos, eso sí. Éstos, a su vez, presumen de tener a España en sus manos y no permitirle lo que para ellos son sucesivos desplantes.
Al parecer, todos victoriosamente contentos, sin tener en cuenta los muchos perdedores de este conflicto, desde la humillada diplomacia española hasta el miedo y la aprensión de los ceutíes, por una parte, y por otra los menores marroquíes que deambulan como zombis en un país ajeno y la población del reino alauita, en general, manipulada y utilizada para fines políticos a partir de su pobreza individual y colectiva.
Los ganadores, todos, claro, se pondrán las medallas que atribuyen a sus falsos méritos, mientras que los perdedores, conscientes o no de ello, aguardan a una próxima ocasión para ser objeto de nuevo de su utilización por los hacedores de conflictos. Y es que nunca acabamos de aprender de nuestros errores.