Los hombres primitivos se regían por una intolerancia estricta y absoluta, de tal manera que los primeros legisladores, a pesar de sus intenciones moderadoras, la institucionalizaron. Ese protohonor les aseguraba la supervivencia del grupo.
Todavía usamos la expresión de "draconianas" para designar leyes caracterizadas por la dureza y la intransigencia. Dracón, nacido en el año 655 aC, fue un legislador ateniense, que compuso el primer código escrito de su patria. En un período de revueltas trató de calmar los ánimos y robustecer la autoridad de la república con medidas rigurosas: implantó la pena de muerte para todos los delitos. Cuando se le pidió la razón de tamaña dureza, contestaba que el Estado anárquico exigía la mano del verdugo para cualquier infracción.
La intolerancia y el despotismo domino, por lo general, en todas las legislaciones hasta la llegada del cristianismo. No fueron los primeros cristianos intolerantes pues sufrieron en muchísimos casos la intolerancia siendo víctimas de tortura y martirio. Dios nos fue y ha ido dando a través del tiempo y de su hijo Jesucristo un código de conducta y unas enseñanzas ejemplares no superadas y que siguen presentes. El concepto de tolerancia fue definido, con gran acierto, por Sto. Tomás de Aquino: "... la autoridad tolera con acierto algunos males para no impedir algunos bienes o para que no se incurra en males peores". El mal se tolera y se padece; el bien se defiende y difunde. Para ello es necesaria la convicción de que el bien y el mal existen y son discernibles.
Los nobles y caballeros en la España de la reconquista llevaban sonajeros y cascabeles para hacer notar su presencia, demostrando así su valentía, honestidad y ejemplo. Eran gentes de a caballo y espada, mataban de cerca y por ello se los respetaba y se acataban sus órdenes. El miedo quedaba apartado por la fe. Las emboscadas eran raras. Los enfrentamientos eran justos. Los musulmanes incluso aceptaban las reglas del juego. El listón del honor y la valentía quedaba muy alto. La honestidad marcaba por la fe ponía muy alto el listón de la conducta social. Se buscaba la ejemplaridad en todos los aspectos de la vida.
Afrontar los conflictos desde la debilidad es una triste vocación política a la que nos enfrentamos cada día más en occidente. Las democracias pagan terriblemente su debilidad y desunión fruto de la aculturación que impregna todos los ámbitos de la sociedad y la política.
Isaac Asimov afirmaba que "... existe un culto a la ignorancia; la presión del anti-intelectualismo ha ido abriéndose paso a través de nuestra vida política y cultural, alimentado la falsa noción de que la democracia es tan válida como tu conocimiento...". El conocimiento que conduce sin duda a la verdadera libertad y a la honestidad, y por ende a la generosidad y la caridad, que son consecuencia de un esfuerzo y disciplina personal. Buscar la conformidad en la debilidad y la ignorancia lleva siempre al desastre. El dejarse llevar no conduce a nada bueno. Se vive rodeados de personajes y personas de corta y pega. Palurdos que se creen inteligentes al repetir frases aprendidas o recortadas de otros sin previo análisis ni reflexión porque no existe ni esfuerzo, ni cultura, ni estudio, ni conocimiento.
Los países de peso real de entre los que defienden nuestras libertades, que no juegan a beneficios a corto, medio o largo plazo con las amenazas reales y perentorias para nuestra seguridad, no pueden permitirse esperar benevolencia de iluminados o tiranos, pues se revuelven al final cual serpiente para volver a picar. Deben ser conscientes de su responsabilidad en la defensa de sus valores pues parecía que las naciones donde impera la libertad y la moral son más volubles y menos eficaces a la hora de defender la seguridad, el honor y los intereses de sus ciudadanos frente a los regímenes totalitarios.
Construir un orden humano de acuerdo a un ideal elaborado a espaldas a la moral y a la naturaleza humana ha llevado a cometer los crímenes más espantosos. Se lleva por delante no sólo la libertad, sino la vida de millones de personas como paso en Europa el siglo pasado. La libertad es algo frágil y delicado, cuesta conseguirla y cuando se consigue cuesta mantenerla.
El deseo de libertad vive en todos los seres humanos pero no equivale a la ausencia de normas. Entre sus atributos está algo tan sencillo como la educación y la cortesía que siempre adornan a la honestidad y al estudio. En una época marcada por la abundancia de información y de opinión, sabemos el asfixiante poder que puede ejercerse sobre la conciencia individual hasta amordazarla. La comodidad conduce siempre al fracaso.
Algunos hablan ya de una inquisición laica que se situaría por encima de conciencias, libertades e incluso los estados, que impone a través de variedad de medios lo que está bien o está mal; sin dejar lugar a una reflexión desde otros puntos de vista. No hay que dejarse amedrentar por esta forma de chantaje emocional que trata de impedirnos decir lo que queremos decir y actuar naturalmente conforme a lo que somos y al sentido común, el más común de los sentidos de los seres humanos para que la tontería no siga avanzando a pasos agigantados. No hay nada inventado bajo el sol. Como dice la vieja sabiduría de Castilla la Vieja: "no te arrimes nunca a un caballo por detrás, ni a una cabra por delante, ni a un tonto por ninguna parte".