Acaba de saberse que el Consejo de Seguridad Nuclear ha rechazado por mayoría el proyecto de mina de uranio que iba a explotarse en Retortillo (Salamanca), por la empresa australiana Berkeley, con cuyo rechazo el Ministerio competente que es el de Transición Ecológica, ya no puede dar la autorización.

Un triunfo para los ecologistas y un fracaso para la citada empresa minera, que había dedicado e iba a dedicar cuantiosas inversiones en la explotación. Para una vez que nuestros antípodas australianos se fijan en nosotros, les damos con la puerta en las narices.

Así pues, los encinares seguirán intactos y el medioambiente no se verá afectado por los importantes movimientos de tierra y, lo que es peor, residuos radiactivos que habría que depositar en el “cementerio” ad hoc.

Las opiniones en dicho pueblecito salmantino están divididas y mientras un alto porcentaje está a favor de la mina otro no menos importante está en contra. Entre los primeros se encuentra el alcalde, por cierto socialista, que de cara al futuro predice que sin la mina “no quedará nada”, dado el éxodo, vaciamiento y envejecimiento de la población. Sin embargo, cuando los “sabios” del referido Consejo han dicho que no, será por algo. Bien es cierto que ha habido una voz discordante minoritaria de uno de sus miembros, precisamente el nombrado a propuesta del Partido Popular, con lo que si las tornas cambian todo puede cambiar también.

Todo este fenómeno me retrotrae a lo que pasó en mi pueblo, Ciudad Rodrigo, con el cese de la actividad de la mina de uranio en 2001, hace ahora veinte años, que daba ocupación directa e indirecta a más de 200 personas y otras tantas familias, aunque el cese de dicha actividad no fue por razones medioambientales sino estrictamente económicas por falta de rentabilidad y, además, por una empresa estatal, ENUSA. Aquello fue un palo del que todavía no se ha recuperado.

En fin, está claro que la radiactividad no la quiere nadie, aunque queramos o no, se encuentra en nuestra vida. Tanto es así que nuestros televisores, según los expertos, producen radioactividad, al igual que los aviones en los que nos transportamos e, incluso, no sé si es científico o no, pero hay quien dice también que hacer el amor produce radioactividad.

Esto es, lo ideal es que el campo siga tranquilo y los animales que lo pastan igualmente, pero claro, este ideal puede ser bueno, pero no lo mejor, aunque, como decía Voltaire “lo mejor es enemigo de lo bueno”.



No obstante, tiene que haber otras alternativas y en la mente de los políticos de turno debe estar plantearlas, si es que saben o son capaces. El tiempo, en todo caso, lo dirá. Lo malo es que sea tarde.