Mascarillas, máscaras y mascarada
El Diccionario de la Real Academia define, en su segunda acepción a la mascarilla como “máscara que cubre la boca y la nariz para proteger la boca y la nariz para proteger al que respira o a quien está en su proximidad de posibles agentes patógenos o tóxicos”. Y ciertamente esa es la razón por la que los médicos, durante las intervenciones quirúrgicas utilizamos la mascarilla para evitar que nuestra respiración contamine el campo operatorio.
Pero ha tenido que ser, cómo no, la pandemia, quien haya provocado la difusión de este término entre los no sanitarios, por muy distintos motivos: en primer lugar, porque el portavoz del virus, el inefable licenciado Simón, desaconsejó inicialmente la utilización de la mascarilla por su ineficacia, para más tarde reconocer que la realidad era su escasez en el mercado, y pasar no a recomendar sino a hacer obligatoria su utilización hasta en la playa.
Tampoco estuvo afortunada la OMS, (personalmente cada vez creo menos en ella), con sus bandazos en relación con su utilidad. Menos afortunada una vez más, la ministra Montero, (Ay mi Farruquita), al decir que no podía rebajar el IVA de las mascarillas porque no lo permitía la Unión Europea cuando media Europa los tenía más bajos y una vez desmentida por la Comisión, tuvo que rebajarlo aunque solamente en las llamadas mascarillas quirúrgicas y no en las demás.
También en este tema se adelantó Isabel Díaz Ayuso al facilitarlas gratuitamente, y no las más baratas, desde las farmacias. Y una vez más, el ministerio de Sanidad criticó duramente esta decisión, como todas las tomadas por la presidenta madrileña para al final aceptar lo acertado de la medida. Otro tanto ocurrió con la vacunación en las empresas, y la última antes de ayer aprobando la dispensación de los test de antígenos en las farmacias, tan sólo 261 días después de que lo solicitara Díaz Ayuso.
Pero también hay aspectos en relación con la economía y la política dignas de reseñar: la incautación de las mascarillas encargadas y reservadas por la Junta de Andalucía al fabricante español para su distribución, aún no suficientemente aclarada por el ministerio de Sanidad, la adjudicación a dedo de adquisición sin concurso a personas y empresas sin experiencia en la materia, pero vinculadas con el PSOE y a un coste escandaloso, que una comisión de investigación intentará aclarar aunque ,como siempre, tarde. Ahora nos enteramos de que esa empresa facturó cero euros en 2019 y Ábalos, claro, adjudicó a dedo pedidos por importe de 59 millones de euros. Poco a poco nos vamos enterando de los motivos de su cese… y de su cabreo. Hasta han cesado a su guardaespaldas como consejero de Renfe…
La utilización de las mascarillas a las que se añadían grandes etiquetas del Gobierno con la foto del presimiente en el aeropuerto. La no utilización de mascarillas en los consejos de ministros con asistencia de algunos que habían padecido el Covid y ni siquiera guardaron la cuarentena.
Y por citar un caso más cercano nuestro alcalde, que expresó su opinión sobre la banalidad de la pandemia, ridiculizó a quienes utilizaron la mascarilla desde el principio y alardeó de no usarla, no se la puso en el pleno municipal cómo señaló el portavoz de Vox, siendo obligatoria su utilización en locales cerrados y remató la faena fotografiándose con el presidente de la FEMP y el subsecretario de Medio Ambiente, sin mascarilla ninguno de los tres, en un pequeño vehículo que habitualmente conduce el alcalde.
Ni mascarillas, ni distancia de seguridad entre no convivientes… ni cinturones de seguridad. Y la última, ayer, reunido con la autoridad portuaria de Santander también sin mascarilla y también publicando la foto.
La máscara, en la primera acepción de la RAE es una “figura…para cubrirse la cara para no ser reconocido o tomar el aspecto de otra…”y en su quinta acepción como “pretexto o disfraz”. Vamos lo que habitualmente utiliza el presimiente Sánchez, que ofrece una cara muy distinta en la oposición, en la campaña electoral y en el Gobierno, una cara aquí y otra totalmente distinta en Bruselas, o la que se puso para justificar unos indultos que el propio Tribunal Supremo calificó de ilegales.
La mascarada, dice la RAE, es una “farsa, enredo o trampa para engañar” y ahí hemos de reconocer la habilidad de su sanchidad para mantenernos en un permanente engaño desde que llegó a la Moncloa, con el propósito de convocar elecciones con carácter inmediato, con su compromiso de no pactar con Unidas Podemos, Bildu o los separatistas, de no conceder indultos, no subir los impuestos “a la clase media o trabajadora” y tantas y tantas promesas incumplidas. La última, volver otra vez al trampantojo del Valle de los Caídos para no hablar del precio de la energía eléctrica, la gasolina, el diésel o el butano.
Y para celebrarlo, otro viajecito de vacaciones a USA para hacer nuevamente el ridículo.
Hasta la semana que viene