Enrique Arias Vega

Enrique Arias Vega

Opinión

Urbanidad y buena conducta

3 agosto, 2021 11:28

A algunos les parecerá ñoño este artículo, pero ahí va.

Cuando yo era pequeño, en las notas semanales de todos los alumnos se ponía por defecto un diez en dos asignaturas no curriculares, como se diría ahora: urbanidad y buena conducta. Se suponía que eran tan connaturales a los alumnos como el valor a los soldados. Perder un solo punto en cualquiera de ellas conllevaba una falta grave merecedora de sanción.

Ya me dirán a quién importa hoy día la urbanidad, es decir la “cortesía, comedimiento, atención y buen modo”, según la RAE. En la actualidad, los valores sociales que se imponen son otros: arrojo, agresividad, competitividad y osadía. Es decir, que la urbanidad y la buena conducta son una gazmoñería. En un sistema educativo en que se puede pasar de curso con suspensos en asignaturas lectivas, las otras, las de mero comportamiento, no tienen sentido alguno.

De este cambio de valores todos somos culpables: los padres, porque agobiados de trabajo no tienen ni tiempo ni ganas para dedicarlos a la educación de sus hijos; los profesores, a los que se les ha pasado el marrón de hacerlo y luego, en vez de apoyo de las familias, reciben de ellas broncas mayúsculas cuando reprenden a los adolescentes, y finalmente la sociedad entera, que mira hacia otro lado cuando las actitudes de chicos y chicas se pasan de la raya.

No son de extrañar luego los actos de barbarie de grupos de adolescentes que, pobrecitos ellos, no han recibido educación ni nada que se le parezca. En la reciente paliza a un joven en Amorebieta, la mayoría de los presuntos culpables son menores de edad que se ensañaron de modo y manera con la víctima. Ya explican numerosos psicólogos que la agresividad de crímenes grupales,  incluso de carácter sexual, se deben más al puro placer del dolor ajeno que a cualquier otra motivación.

Ese es el panorama. Revertirlo no parece fácil cuando la educación es una actividad de la que todos pasan y que los políticos usan para sus propios planes de adoctrinamiento en vez de dotar a los jóvenes de herramientas de comportamiento social solidario y responsable.