Entre los murubes de Carmen Lorenzo, lidiados el domingo por El Capea, Cayetano y Pablo Aguado, y los “frailes” de mañana para López Chaves, Miguel Ángel Perera y Emilio de Justo, ayer lunes pasé de Guijuelo a Vitigudino, saltándome la corrida del arte del rejoneo de la villa chacinera (¡quién tuviera el don de la bilocación!), el pueblo de Santiago Martín El Viti, maestro de maestros, para asistir a una corrida mixta cuyo cartel integraban Leandro, El Capea y Manuel Díaz “El Cordobés”, diestro popular donde los haya, enfrentado el caballero rejoneador con otros dos astados del mismo hierro y los toreros a pie con los domecq de Torrealba, ganadería que pasta en “La Roblita”, finca enclavada en el término de Aldehuela de Yeltes, a tiro de piedra de Laguna Rodrigo, el humedal más importante del campo charro, y cara a la Sierra de Francia, dominio de encinares de ensueño.
Cómo se siente la presencia de don Santiago en esta plaza, una de las más incómodas (y ya es decir) del planeta taurino, con los asientos naturalmente de piedra pero de piedra colocada de canto (la plaza data de 1886, tiempo de charros enjutos), de modo que la superficie para asentar las posaderas ni siquiera alcanza las proporciones exiguas del jeme (palabra antigua y bellísima: la distancia que va del pulgar al índice con la mano bien extendida). En fin, esa incomodidad fue compensada por unas quisicosas que yo jamás había visto y que extendió por los tendidos un ambiente de chirigota: íbamos por el tercer toro, el primero de El Cordobés, y a la hora de las banderillas resulta que sus hombres de plata se quedaron con las manos vacías cuando se acercaron a tablas para recogerlas, ya que uno por otros u otros por uno, yacían olvidadas en el maletero del coche de la cuadrilla.
-“¡No sólo mi abuelo padece de alzheimer!”, gritó un jovencito, partido de risa.
Leandro estuvo peor que mal con el primero, anovillado y en principio rajadito, aunque luego se viniera medianamente arriba en tanto el rejoneador emprendía el camino contrario, mal asunto por partida doble que por asimismo partida doble se arregló con el cuarto: un morlaco codicioso y de galope entonado, premiado con la vuelta al ruedo, ante el que Leonardo se reconcilió consigo y con el público al desarrollar una faena de mucho mérito fulminantemente rematada con el rejón de muerte y generosamente reconocida con las dos orejas y el rabo.
El Cordobés es El Cordobés y obviamente no va a cambiar ahora, ¿por qué y para qué iba a hacerlo? Ha creado un personaje y ese personaje se ha ganado un público que, a su vez, tiene sus razones y ejerce su derecho a entender la Fiesta a su gusto. Así las cosas, El Cordobés ni nos privó ni se privó de nada, ni siquiera de los consabidos cabezazos en plena testuz de sus oponentes en el arrimón final. Además, en su segundo toro, que fue el quinto bis, sobrero también de Torrealba, se mostró cordobesistamente más comedido y menos frenético, a ratos hasta sosegado. Ahora bien, su público- lo reitero- es su público y, en consecuencia, premió con dos orejas la faena plenamente cordobesista a su primero y solo con una ésta, en la que el diestro se salió del guion habitual, a mi juicio para bien.
Por su parte, Capea encaraba su tercer compromiso en tres días, precedido éste por la corrida mixta de Cantalpino y la inaugural de la feria de Guijuelo, los tres saldados con triunfos sobresalientes. Éste de Vitigudino con cuatro orejas y una petición insistente del rabo en el último. Fueron enormes sus naturales y pases de pecho al primero de su lote, al que adivinando corto de fuerzas se dejó crudo en el caballo, y se mostró vibrante con el que cerraba la tarde, cuando le tocó, supo y pudo poner casi todo, porque el animal carecía de calidad. En las tres corridas, en las tres, ha estado cadencioso, enrazado y, lo que a mí se me hace fundamental, con confianza, responsabilidad y cabeza, mandando al desván de los malos recuerdos a cuanto lo atenazaba.
Frente a la pandemia y sobre las adversidades, en la Salamanca campera la vida taurina sigue.