Cuanto más burro más dócil...
Nos ha tocado vivir un tiempo de impostura como pocos se han conocido o al menos con una impostura que nos afecta tan de cerca y que hasta parece que nosotros mismos nos la imponemos democráticamente. Está claro que los tiempos difíciles forjan hombres fuertes, los hombres fuertes crean buenos tiempos; los buenos tiempos crean hombres débiles, los hombres débiles crean tiempos difíciles. Cuanto menos exigente es la escuela, más burro es el alumno. Cuanto más burro más dócil. Cuanto más dócil más fácil de dominar. Más fácil de ponerle apeas y orejeras.
Los hacedores de la política y quienes se benefician de las fórmulas de ingeniería social y económica elegidas, nos imponen una suerte de hipocresía metafísica en la que está perfectamente calculado el sitio que se reserva a la resignación. Ese es el papel previsto para la mayoría, ese es nuestro papel. Lo demás es picardía. La gente tiene ambiciones hermosas pero al volver del trabajo, al sentarte frente al pequeño plato de verdura, se siente abandonada ante tanta mentira.
La pandemia acabará poniendo a cada cual en su lugar. Asombra la general disposición de nuestra sociedad hacia la picardía. Incluso frente a un peligro de contagio y muerte, hay quien decide saltarse las normas y jugársela porque es muy inteligente y a él no puede pasarle nada. El tiempo pasa pero los años no cambian las actitudes, las empeoran. Se exigen más derechos y se piden menos deberes. El paisaje que refleja el Tormes, básicamente, es el mismo que vio pasar las andanzas de Lazarillo. Parece que todo vale como ayer en España con tal de llenarse la panza sin trabajar.
Formamos parte de una realidad, de una España sucedánea y decaída: los hombres que nos rodean no lo son en el mismo sentido que Ulises y Héctor. Hasta el punto que entonces lo eran más porque éstos eran divinos. ¿Dónde acababa el dios y donde empezaba el hombre para Homero? El problema revela la decadencia de nuestro mundo. Cuando los hombres no son hombres, es decir se convierten en figuras vacuas, la mujer sigue el mismo camino se va vaciando de contenido. La mujer es el espejo en el que se mira el hombre y viceversa. Las figuras épicas corresponden a una fauna desaparecida cuyo carácter es precisamente la indiferencia entre el dios y el hombre, por lo menos la contigüidad entre ambas especies. De áquel se llega a éste, sin más peldaño que el desliz de una diosa o la brama de un dios...
Esta semana continuando en la ahistoria impuesta desde los sectores minoritarios que nos dominan se han conmemorado la valentía de los españoles en mil y una batallas... ¿Qué valores quedan a esta sociedad? Los valores no se compran con dinero.
El mal de nuestro tiempo es sin duda la necedad que es un enemigo más peligroso que la maldad. El necio del latín nescius, es literalmente el que ignora o no sabe. Deberíamos estar en guardia frente al número cada día más elevado de nuestros congéneres. Cada día nos sale al paso un necio y por la noche nos acostamos con él dándonos vueltas en la cabeza. Nos queda el pensar que somos la única especie libre de ignorar nuestro propio conocimiento o de traicionar nuestros propios valores.
Mark Twain afirmaba que debíamos alejarnos de quienes tratan de empequeñecer nuestras ambiciones. La gente pequeña siempre hace eso, pero la gente realmente grande te hace sentir que tú también puedes ser grande. No podemos ponernos a la altura de los necios porque nos ganarán por la experiencia. Bajar al nivel de la mugre donde campan a sus anchas es un error. La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad.