Hay un proyecto de ley de Bienestar Animal que traerá cola y que ya ha dado lugar a situaciones esperpénticas como la que no se puede hablar de “animales de trabajo” pues “para que un animal trabaje tiene que tener conocimiento de que esté trabajando e incluso la posibilidad de sindicarse”.
La frase no pertenece a cualquier pirado que pasase por ahí, sino a Sergio García Torres, director general de Derechos de Animales, quien no debe tener precisamente la intención de que éstos se sindiquen, sino simplemente de que sólo se les considere “asociados a trabajos”, frase que no se sabe muy bien qué significa.
O sea, que vamos hacia una sociedad en que humanos y no humanos esteremos a la par en derechos y probablemente en obligaciones. No en vano, el director general citado recriminó en otra ocasión al género humano por ser éste “el único mamífero que roba leche a otra especie”, con y sin tetrabrik, se supone, aunque no lo especificase.
Todo ese maximalismo se debe a una equiparación del lenguaje que pretende ser inclusivo, progre y ecologista, como cuando se habla de la violación de las hembras de cualquier especie en el acto de apareamiento animal. Supongo que a éste se aplica también el sí es sí como único consentimiento expreso y no digo ya que por escrito por su obvia imposibilidad.
Algo similar, sin llegar a tanto ridículo, subyace en la reciente ley que impide la caza del lobo, pero que en cambio no le explica a éste que no debe matar ganado y ser respetuoso con sus congéneres. Como el lobo no está sindicado, no se le aplica ningún convenio colectivo, sino la protección a ultranza. Así que cuando comete alguna fechoría, lo mejor es dejarle hacer, porque si no quien incumple la ley es el paisano cuyas reses son agredidas.
Ante este florilegio legislativo, ya no se podrá hablar de animalada ante un hecho irracional e ininteligible, sino de humanada, ya que somos nosotros los culpables y los animales, en cambio, unos pobres objetos de nuestra brutal explotación.